miércoles, 30 de septiembre de 2009
Nada por la patria. (54)
Sí: el castellano, en Cataluña, está discriminado. Porque es la lengua de los pobres, aunque sea también la de los ricos, que antes del funesto Francisco Franco ya hablaban castellano con sus hijos y reservaban el catalán para los "pagesos" que les cuidaban las fincas.
Lo había explicado el lingüista norteamericano Charles Fergurson en 1959 en el artículo "Disglosia", donde ponía en circulación un término que durante años hizo furor entre los catalanistas reivindicativos. Luego lo fueron abandonando, porque el nacionalpujolismo iba imponiendo su normalización lingüística y al invertirse la situación el argumento diglósico se volvía contra ellos.
Fergurson, a partir del estudio de cuatro casos (el árabe, el alemán suizo, el griego moderno y el criollo haitiano), determinaba que había lugares donde existían dos variedades de una misma lengua: la A (alta) y la B (baja). Para decirlo deprisa, porque el espacio que se me ha impuesto no da para más: la variedad A era superior porque se reservaba para los usos oficiales, se aprendía en la escuela y daba prestigio, mientras la B quedaba relegada al ámbito familiar y los usos informales.
Luego Joshua Fishman dijo que la disglosia podía darse en el contacto entre dos lenguas diferentes por ejemplo, el inglés (lengua A) y el yiddish (lengua B) de los judíos norteamericanos. Los sociolingüistas catalanes se agarraron a la teoría de Fishman como a la tabla de salvación: el español era la lengua A, el catalán la B.
Después los patriotas catalanes fundamentalistas penetraron en los intersticios de la dictadura blanca pujolista (Tarradellas dixit) y pusieron todo su ahínco en invertir la situación: el catalán pasaría a ser A y el español, B. Por eso el castellano está discriminado: no se enseña geografía ni física con él en la escuela, no figura en los papeles que manda la Generalitat, está mal visto que se use en un claustro universitario, quien busca trabajo procura dirigirse en catalán al posible patrono...
Según el nacionalismo lingüístico es una guerra: una de las lenguas tiene que morir. Los patriotas procuran erradicar el castellano, único modo a su entender de evitar la muerte del catalán. Empeño criminal pero vano, porque el castellano avanza día a día. En la literatura, en el cine, en la televisión privada, en los patios de los colegios -"Hemos ganado el aula pero hemos perdido el patio", constata el ultranacionalista catalán Joan Triadú-, en la calle, en las discotecas, en la vida toda en fin.
A medida que retrocede en el uso oficial y formalizado, el castellano avanza en el uso real y vivo. Los fundamentalistas del catalán, cual tortuga armada panza arriba, han decidido morir matando. Por eso discriminan al castellano, separando cada día más lo oficial de lo real. Franco no consiguió terminar con el catalán. Ellos no conseguirán acabar con el español. Pero, mientras tanto, los niños siguen siendo víctimas de su pasión inútil.
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