miércoles, 9 de septiembre de 2009
Nada por la patria. (17)
A finales de 1992, "Extranjeros en su país" se presentaba en el Centre Cívic de la Verneda, una suburbia bastante patética repleta de inmigrantes e hijos de inmigrantes, un barrio que cruzan anchas vías de circulación rápida por las cuales los automóviles van de Barcelona a Sant Adrià y Badalona en el menor tiempo posible. Un barrio en muchas de cuyas casas las puertas tienen una altura de metro ochenta, como si los constructores, los de las aluminosis y el todo vale, hubiesen tenido claro que los andaluces pobres nunca alcanzarían una estatura que les permitiera partirse el cráneo con el marco.
Según afirma Robles, él mismo y otros dos profesores habían cursado invitación por correo a casi todos los institutos, escuelas y universidades de Cataluña, y a algunos grupos y personas susceptibles a su parecer de simpatizar con la causa. Entre esas personas estaba el narrador, que ahora confiesa avergonzado -porque a su juicio peor sería no confesarlo- que dejó de ir por miedo. Lo cual resulta menos perdonable aún teniendo en cuenta que por entonces hacía la crítica de libros en La Vanguardia. ¿Miedo a qué? No lo sabe muy bien. Miedo. ¿Miedo a encontrarse con un hatajo de fachas? ¿Miedo a que un comando de independentistas apalease a la concurrencia? ¿Miedo a las represalisas de los jerifaltes de su universidad si se sabía que había ido? es casi seguro que todos esos miedos eran exagerados, y así se le antojarán al lector sensato. Pero el meido casi nunca es sensato, y eso eran los miedos de casi todo el mundo, entonces, en relación con estos asuntos. "Mejor no meneallo" era la consigna, una consigna tan implacable que ni siquiera se formulaba como tal casi nunca.
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