miércoles, 16 de septiembre de 2009

Nada por la patria. (31)


A algunos siempre nos gustaron los atlas históricos. Eran una confirmación avant la lettre de la frase veraniega que reveló al vencedor del Tour como una mente de claridad envidiable: "Las fronteras que ponen los estados no existen en la realidad." Cualquier atlas histórico ilustra la tesis de Indurain: las naciones -o los estados, es decir las naciones con tanques- son entes fluidos e imprecisos que ayer eran verdes, hoy son azules y mañana pueden ser de color naranja.
Pero no es sólo el color lo que cambia, sino también las dimensiones y las formas: las patrias encogen, se dilatan, pasan de la redondez a la flacura y de la linea recta a la quebrada en virtud de que unos señores matan, otros mueren y al final los supervivientes se sientan en torno a una mesa a retocar perfiles y colores para que los forofos del atlas histórico disfrutemos viendo cómo queda la siguiente página.
Llevábamos mucho tiempo aburriéndonos con Europa. En los años 60 se había movido mucho el mapa de África, después un poco el de Asia, pero Europa permanecía tan impávida como robert Mitchum: la piel de toro, el hexágono, la bota, la gran mancha de Yugoslavia junto a la pequeñita de Albania, la RFA y la RDA, aquella enormidad llamada URSS...
De golpe, los mapas hasta ahora vigentes de Europa se han convertido en las páginas de un periódo ya cerrado del atlas histórico, mientras el número de aficionados a la cartografía política se multiplicaba. Ya sólo sirven los mapas que día a día publican periódicos y revistas, y su nerviosa consulta constituye una orgía visual constante, aunque seguramente no perpetua. La RFA y la RDA han pasado a ser una sola mancha llamada Alemania. Donde estaba la mancha verde llamada Yugoslavia aparecen seis manchas de colores que se llaman Eslovenia, Croacia, Montenegro, Macedonia (cuán bellos nombres), Bosnia-Herzegovina y Serbia. Donde ponía URSS pone Estonia, Letonia, Lituania y así hasta 15.
Pero los más apasionantes son los mapas que además de las nuevas fronteras nacionales incluyen etnias, lenguas, religiones o como diablos se llamen esos otros modos de clasificar al personal. Supongamos que en el mapa de las naciones Serbia está pintada de rojo (a Serbia la suelen pintar de rojo porque es la mala de esta película, Croacia de amarillo y Bosnia-Herzegovina (el nombrectito es más sospechoso que Checoslovaquia) de azul. Muy bien. Hasta aquí la cosa resulta aún aceptable a regañadientes para el amante de los establecido y muy estimulante para los partidarios de multiplicar los colorines reduciendo los tamaños: donde había un color ahora hay seis. Cuando se llega al mapa de las etnias, sin embargo, las manchas rojas desbordan por todas partes las fronteras serbias, invaden aquí y allá el espacio amarillo de los croatas y se reparten con estos y con los musulmanes, que son verdes, todo el territorio de Bosnia-Herzegovina, que como ya sospechábamos no tiene una etnia que pueda ser llamada bósnico-herzegovínica. Serbia, por su parte, tiene una mancha marrón (húngaros) arriba, una verde (musulmanes) a la izquierda, una rosada (albaneses) por la parte de abajo y dos manchitas malva (búlgaros) a la derecha...
Cuando se llega a los porcentajes étnico-lingüísticos ya es el delirio. Estonia tiene un 60% de estonios y un 40% de inmigrantes, en su mayoría de origen ruso. En Letonia, los letones son el 53% y los rusos el 33% (los restantes son bielorrusos, polacos y ucranianos). ¿Qué significará ser ruso en Letonia, ahora que Letonia se ha liberado del yugo ruso disfrazado de socialismo soviético? Deténgase a pensarlo por un momento. ¿Le gustaría ser ruso en Letonia?
Josep Gifreu advertía en AVUI que la independencia de los países bálticos significa (traduzco) "defender y garantizar el futuro de las culturas y lenguas propias, y eso sólo puede hacerse en detrimento de las otras (de la lengua y la cultura rusa en special)". Que no cunda el pánico, sin embargo, porque el gobierno letón "propone una solución -sigo citando a Gifreu- moderada": nacionalisdad única (cada cual deberá elegir entre la letona y la rusa, y los que opten por ésta serán considerados residentes), residencia mínima de cinco años en Letonia "y jurar lealtad al país".
A los más viejos del lugar es seguro que todo esto les recuerda a algo. No me refiero a los certificados de limpieza de sangre, no teman, sólo a la jura -¿podrán los agnósticos decir "prometo"?- de los principios del Glorioso Movimiento Nacional, que se sacó de la manga el Centinela de Occidente.
El mapa de Europa se ha puesto tan divertido como peligroso. Si yo fuera Bertrand Russell volvería a proponer un gobierno mundial en el que los derechos del individuo pasaran por encima de estados, naciones y pueblos, que sólo son manchas modificables en el mapa. Pero no soy un sueñatortillas. Me limitaré a constatar que mientras una persona llamada Alí recién llegada -sin elegir nacionalidad y sin jurar lealtad a ninguna patria- no tenga en Lituania los mismos derechos que una persona llamada Vitautas, este mudno seguirá siendo un lugar tan moralmente indeseable como el imperio soviético.

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