jueves, 29 de abril de 2010

Catalán en los años 60


La carta de una lectora de El Periódico de Catalunya.


Felicito a una de las escritoras catalanas más importantes, Mercedes Salisachs, por atreverse a decir la verdad, por declarar que el catalán no estuvo tan prohibido por el franquismo como nos dicen. La realidad la recordamos muchos. En los años 60 había radios, libros, espectáculos, música y teatro en catalán. Había comercios rotulados solo en catalán. Ahora, si rotulas solo en castellano, te inspeccionan y te multan.
Y la ley de educación prevé en sus artículos 14 y 17 la enseñanza del catalán en la escuela. Muchos de mi generación estudiamos más horas en catalán con Franco que ahora nuestros hijos y nietos estudian en castellano. Los nacionalistas han creado una leyenda negra lingüística de esa época que poco tiene que ver con la realidad.


Vicenta Arnau
Barcelona

lunes, 26 de abril de 2010

Catalunya después de ETA

Jorge M. Reverte en El Periódico de Catalunya.

No se puede comparar ningún movimiento nacionalista catalán con ETA, salvo aquel amago que venturosamente se encargó de liquidar Jordi Pujol, que se llamaba Terra Lliure. Pero es pertinente hablar de algunas cosas, ahora que se vislumbra el final de la organización terrorista: quizá no su final definitivo, sino su final en el sentido de que la política vasca ya no va a estar definida en relación con la actividad de los bandoleros. La idea me surge después de haber leído un espléndido artículo de Joseba Arregui que es, para quienes no lo sepan, uno de los mejores analistas del fenómeno de la violencia nacionalista en Euskadi.

¿Por qué hablar de Catalunya? Yo creo que la razón es sencilla: hemos estado años hablando del nacionalismo influidos por la existencia de la banda, y dejando que el listón de las exigencias democráticas bajara hasta niveles en algún momento insoportables.
Sigamos por un momento en el País Vasco: numerosas intervenciones de Xabier Arzalluz habrían sido imposibles de digerir en una situación distinta a la que vivimos durante los momentos más brillantes de la acción de ETA. Arzalluz era sostenible porque él no mandaba matar y porque, a buen seguro, no estaba a favor de que se matara. Pero eso no habría bastado, en circunstancias distintas, para soportar su discurso xenófobo, etnicista y cercano a la ideología nazi.
El asunto es que, igual que con Arzalluz, nos hemos ido tragando todos, con soberana serenidad, otros discursos que tienen mucho que ver con lo mismo. Y ahora, con las próximas convocatorias electorales, se van a establecer alianzas que exigen definiciones.
Desde luego que no me refiero a CiU, que es un partido, o suma de partidos, que tiene por base ideológica algo que no comparto en absoluto, pero que respeto. Son gentes que están en la democracia y que, con raras excepciones, no incurren en discursos fascistoides. Unos son independentistas y otros autonomistas, pero todos ellos me permitirían vivir en Catalunya aunque discrepe de sus objetivos.
Pero no me parece sensato que se sostenga una actitud de comprensión o tolerancia, o como queramos llamarlo, ante el discurso, no demasiado violento (tan no violento como el del PNV radical), pero excluyente, que empapa muchas de las actitudes de militantes de otras formaciones.
Porque lo que hasta ahora nos ha permitido a muchos aguantar ese discurso es que no tuviera derivaciones armadas, o demasiado violentas.

La vida diaria en Catalunya está marcada por una soterrada tensión que se basa en una idea de la política influida por las concepciones de un ambiente político que pretende llegar a los faldones de Convergència, a veces con éxito, y que consisten esencialmente en un rechazo de los otros, de los llamados españoles. En algunos casos se trata de estupideces aparentes, como la exitosa liquidación del toro de Osborne de los solares patrios.
En otros casos, se trata de algo más serio: la erradicación de las aulas de algunas universidades de cualquier atisbo de españolismo, que incluye tildar de fascista a gente como Fernando Savater, Jon Juaristi, Arcadi Espada o Rosa Díez.

En alguna universidad de Catalunya no puede hablar, sin llevar protección, un demócrata que se la juega todos los días como Antonio Basagoiti, pero sí puede hacerlo, envuelto en mimos y aplausos, un colaborador de los asesinos como Arnaldo Otegi. Parece una provocación que inaugure las fiestas de la Mercè la escritora Elvira Lindo, y ha sido muy costoso que se invitara a hacerlo a Jaume Sisa.
Lo grave no es que haya un ámbito social desde cuyas filas se propicie, más o menos abiertamente, semejante cosa (que es grave), sino que su discurso se convierta en un discurso que otras formaciones de claro origen democrático asumen de forma pasiva, para no quedarse a la retaguardia del progresismo nacional.
Y se producen hechos tan absurdos como el que la gestión de un aeropuerto lleve a una discusión identitaria, desplazando su carácter democrático o administrativo. Con la más que razonable demanda sobre las balanzas fiscales ha pasado lo mismo.

La desaparición política de ETA nos va a complicar la vida, entre otras cosas porque, como señala Joseba Arregi, hay que gestionar no solo su último papel, sino todo lo que ha significado durante muchos años. Pero nos la va a simplificar en otros terrenos, como, por ejemplo, el de poner a muchos en su sitio. A los que no han optado por la violencia extrema, pero practican cada día un discurso xenófobo que se soporta solo porque no pregona la muerte de los otros; que se conforma con que vayan al destierro o callen una de sus lenguas.
Tropelías como la de la piadosa gestión con ETA para que no matara en Catalunya han pasado como si tal cosa, como si no significaran el rechazo a los otros que está en los catálogos de la Europa de la posguerra, la que tomó conciencia de sí misma después de los campos de exterminio.

viernes, 23 de abril de 2010

¿Y si el mal fuera el catalanismo?

Antonio Robles en Libertad Digital.

¿Por qué todo es tan previsible? El catalanismo ha llamado a arrebato. Ya sabe que el actual Tribunal Constitucional no legitimará al actual Estatuto. En su interpretación más benévola, 14 artículos eran rechazados y 25 interpretados. Y aún así, la ponencia fue rechazada.

Los catalanistas han tomado nota, cualquier otra sentencia será peor. Y como un mal perdedor, recurren a una vieja treta antidemocrática: desautorizar al tribunal cuando el resultado se prevé inevitablemente adverso. En el trapicheo esperan alcanzar dos ventajas: lograr imponer magistrados de su cuerda después de desacreditar a los actuales, y ganar tiempo, sobre todo ganar tiempo. En el primer caso, caen en la misma deslealtad que critican. En el segundo, pretenden consolidar por acumulación de tiempo lo que previsiblemente la legalidad constitucional no le garantizará.

El primer amago para deslegitimar al Tribunal Constitucional lo lanzó Artur Mas a la prensa en el 2008 con motivo de un revuelo mediático en el que se lanzó el temor a una sentencia adversa contra el estatuto. Poco a poco se fueron sumando a la descalificación el resto del catalanismo. Cada uno con su partitura particular, pero todos con el mismo guión. Hasta completar una desvergonzada rebelión contra las instituciones constitucionales. O sea, contra España, que de eso se trata.

El fracaso de la historia de España como nación democrática ha llegado siempre de la falta de respeto a las normas legalmente establecidas. Las asonadas militares pudieran parecer las máximas culpables, pero hay otras no menos perniciosas que siempre las precedieron. Todas nacidas de la escasa cultura democrática española, como el nulo respeto por las normas establecidas y la falta de tolerancia ante la derrota. Este es un caso diáfano. Rompo la baraja porque la partida arruina mis expectativas.

No lo duden, la nueva puesta en escena del catalanismo, de todo el catalanismo (el mediático, el cultural, el religioso, el político y el deportivo) será la cruzada contra la legitimidad de los diez magistrados. Reuniones, pactos, manifiestos, editoriales conjuntos, aquelarres teatrales en el Parlamento, amenazas y chantajes, un enjambre de articulistas, cantautores y oenegés liderados por el Dret a Decidir y mucha TV3 y más radio, incluso un mosaico en las gradas del Camp Nou para plasmar en colores lo que la realidad les niega. Las vísceras de la nación contra los derechos cívicos de los catalanes. O sea, albañiles, camioneros, asistentas y cajeras, maestras, fontaneros, cocineros, vendedores, enfermeras, camareros... ¡ay!, ese 64 % de catalanes que ni votaron el tuneado del estatuto, ni llorarán su baño de realidad. Todo precedido de duras descalificaciones, la última del mismísimo expresidente Jordi Pujol: el TC "no merece ni confianza ni respeto". Y el actual, José Montilla, dispuesto a minar su credibilidad a través de una declaración solemne del Parlamento de Cataluña. Diagnosticado el resultado, es urgente dar argumentos a los ciudadanos de Cataluña para justificar el desacato masivo a la futura sentencia. Y a seguir viviendo del negocio nacional. De momento ya ha llegado a pactar los siguientes disparates con Artur Mas: recusar a los magistrados que hayan excedido su mandato, declarar que el Constitucional se declare incompetente para juzgar el Estatuto e impedir que pueda juzgar cualquier Estatuto aprobado en referéndum. Ni tienen vergüenza, ni respetan las reglas democráticas más elementales. Con una irresponsabilidad difícil de catalogar, minan el prestigio de las instituciones que les garantizan la legitimidad de sus cargos. Por ese camino los nacionalistas saben dónde quieren llegar, pero Montilla y el PSC sólo huyen de la quema sin darse cuenta que cuando tengan la necesidad de volver la vista atrás, habrá desaparecido el camino.

En estos últimos años, se ha contrapuesto la legitimidad y la moderación del catalanismo a los excesos del nacionalismo y el independentismo. Pero ha sido el catalanismo quien los ha engendrado y quien ha otorgado privilegios a unos catalanes y nos ha privado de derechos a otros. Nos hemos dado coartadas, el mal venía de los excesos nacionalistas. A salvo quedaba la voluntad cultural del catalanismo para recuperar señas de identidad y derechos arrebatados.

Es posible que nos hayamos equivocado. Habrá que empezar a preguntarse en voz alta si el mal es el propio catalanismo. Legitimado por 40 años de franquismo, olvidamos que la raíz de su doctrina es racial y profundamente integrista. Él nos ha traído hasta aquí. Él ha sido y es, hoy más que nunca, el caldo de cultivo donde han fermentado emociones en detrimento de procedimientos políticos racionales. El catalanismo es la coartada donde han sobrevivido todos los espectros reaccionarios superados por la Revolución francesa, la Ilustración y los Estados de derecho. De ahí su inclinación romántica por los derechos históricos, su prioridad por el territorio frente a los derechos individuales de los ciudadanos, la imposición de la lengua única como signo de identidad nacional, la asimetría judicial, territorial, económica y fiscal frente al bien común que la Constitución avala, el derecho a la diferencia frente a la igualdad de derechos y obligaciones de todos los españoles. De ahí su obsesión por remarcar y crear diferencias en lugar de buscar empatías. Al final, la filosofía de fondo nos deja una atmósfera reaccionaria y antigua, tramposamente presentada con fórmulas de rebeldía y libertad nacional. Una modorra de la que hemos de despertar.

Ese caldo de cultivo es de naturaleza emocional; legítima, sin lugar a dudas, pero como todo lo sentimental, nunca debiera haber excedido el derecho individual a sentirla y vivirla como mejor convenga a cada cual. Jamás debiera haber sido instrumentalizada con el fin de convertirla en materia jurídica y política. Y menos aún para fundamentar esencias nacionales, y de ellas extraer las justificaciones para excluir al resto de catalanes por querer vivir su catalanidad bajo los principios de la ciudadanía constitucional.

Quien tenga valor para plantearlo así, se habrá de enfrentar a una sociedad altamente intoxicada, pero también habrá dado el primer paso hacia la salida del laberinto. Deberá aceptar los costes electorales de los pioneros, pero habrá hecho un servicio impagable a la igualdad de todos los españoles y al Estado.

El catalanismo tiene derecho a existir, pero ninguno a excluir al resto de catalanes de su ciudadanía y de su catalanidad. El catalanismo no es la esencia de Cataluña, sino su parte integrista. El catalanismo ha de democratizarse, dejar su esencia sentimental y aceptar las reglas del liberalismo político, como la tolerancia y el pluralismo cultural, ha de aprender a incluir, no a excluir para ser. Por eso es preciso plantarse, hacerle un pulso democrático sin temor a ser considerado anticatalán: muy al contrario, ese será el primer paso para recuperar el orgullo de ser catalanes sin tener que ir por la vida humillando o siendo humillados.

Desenmascarar su naturaleza antiliberal, no será sencillo. Serán necesarias altas dosis de pedagogía y salvar de su desvarío los legítimos derechos culturales y lingüísticos que ha secuestrado para abrir zanjas entre unos catalanes y otros y entre unos catalanes y el resto de españoles. No será fácil separar, hacer comprender a todos los que de buena fe creen ver en él el instrumento para defender con eficacia la lengua y cultura propias, que esos y otros derechos quien los garantiza de verdad no es la quimera de una nación romántica futura, sino el Estado de Derecho que todos nos hemos dado y que garantizan las reglas constitucionales. Precisamente esas reglas que quieren romper una vez más, como vulgares españolazos.

Se acabó el tiempo de los complejos. Los gestores del catalanismo en Cataluña son una oligarquía política profundamente antidemocrática. Cuanto más pronto nos demos cuenta, antes y con menos costes devolveremos la comunidad autónoma de Cataluña a todos los catalanes. Por eso, los catalanes hemos de hacer un pulso democrático al catalanismo. Empezando por denunciar el golpe institucional contra el Tribunal Constitucional.

lunes, 5 de abril de 2010

La Catalunya triste y malhumorada del PSC

No nos dejemos engañar por una libertad de voto que en realidad es un No a los toros en Catalunya. El PSC es una maquinaria electoral perfectamente engrasada, ganan votos de un lado y de otro, pero no nos dejemos engañar. El PSC va por las casas regionales, por las peñas taurinas, por la Feria de Abril vendiendo motos. En realidad el PSC quiere una Catalunya triste, malhumorada, gritona y maleducada...Una Catalunya donde las libertades individuales no existen.
Los diputados del PSC que son taurinos, como mi paisano David Pérez, deberán salir de Catalunya para seguir disfrutando de su afición, ahora entenderán a todos los catalanes que han tenido que huir para que sus hijos sean educados en castellano.



jueves, 1 de abril de 2010

Catalanes y españoles de mierda.


Recientemente en el programa de Tele 5 "La Noria", su presentador Jordi González explicó que durante la negociación del Estatut en Madrid la gente le decía catalán de mierda. Entiendo que cuando dice "la gente" se refiere a algún energúmeno, no a la "gente" en general, aunque le entiendo... Siento que Jordi haya sufrido esos insultos inmerecidos en un momento determinado pero yo le puedo explicar que durante la campaña del Estatut cuando estaba en Ciutadans de Catalunya, después en Ciutadans y ahora que aún recuerdan que he estado en Ciutadans, los insultos de "Español de mierda" son constantes.
Doy la razón a Jordi González cuando afirma: "que te llamen catalán no es un insulto, es un honor". Y añado que te llamen español, también.