jueves, 3 de septiembre de 2009

Nada por la patria. (11)


Uno ha advertido que no se remontará, por lo menos no de modo sitemático, a la prehistoria tardofranquista para rastrear los origenes de la autoinmolación de la izquierda española en beneficio de los nacionalismos periféricos, conservadores o violentos -ambas características no solo no se excluyen una a otra sino que se necesitan- aunque eso sí siempre de derechas como todo nacionalismo. Bastará cerrar de momento la cuestión trayendo hasta aquí una sintesis bastante lúcida de César Alonso de los Ríos, comunista en su día y redactor-jefe en el cuando entonces de Triunfo, el semanario emblemático de la progresía: "En Cataluña la afirmación nacionalista iba a vaciar al Partido Comunsita. Así que lo que se sacó de exaltar a los movimientos nacionalistas -pacíficos y violentos- fue más la disolución de la idea nacional española que la desaparición de Franco."
Si uno lo ha entendido bien -aun preguntándose por qué César Alonso no lo expresó con mayor claridad-, la desaparición del franquismo resultaba subsisdiaria en el oasis catalán, pues lo sustancial era la difuminación de España y el nacimiento de una nación: Cataluña. Este ha sido desde el protofascista Prat de la Riba, desde el obispo integrista Torras i Bages, el propósito del catalanismo, cuyos servicios de propaganda atravesaron la dictadura y la santa transición intentando convencer al personal de que la guerra civil no fue una guerra de fascistas (nacionales) contra republicanos (rojos) sino de España contra Cataluña. Lo cual es manifiestamente falso, y por ello resulta increíble que la izquierda se metiera hasta el cuello, como un pobre conejo tonto, en una trampa tan burda.
¿Increíble? si se descarta la hipótesis de que la izquierda en bloque fuese subnormal e incurriese en complicidad involuntaria, solo queda otra, que ya se apuntó, pero Stanislawski advertía que nunca se repite bastante la idea núcleo de una obra: la presunta izquierda no era tal, puesto que no es ya que aceptase, sino que reivindicaba el nacionalismo. Catalán, eso sí. La posible tercera hipótesis -que la izquierda sirviera al nacionalismo para obtener prebendas en lo que Josep Tarradellas definió como dictadura blanca pujolista- es, en la mayoría de los casos, o así lo cree al menos este periodista, un apéndice orgánico indisociable de la segunda. Joindre l´utile à l´agréable diría uno en francés. "Las conviciones nobles suelen coincidir con los nobles intereses" sería una manera de expresarlo más propia del catalanismo cebolludo de siempre, siempre tan melifluo y jesuítico como ciertos personajes de Jacinto Benavente, premio Nobel aunque español.

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