domingo, 4 de octubre de 2009
Nada por la patria. (56)
Francesc de B. Moll, madre del "Diccionari Català-Valencià-Balear" y padre de Aina Moll, fue también autor de "Els llinatges catalans", estudio onomástico que en su última edición (1982) contenía más de 1.100 grafías de apellidos clasificados por su origen, un nombre común con valor semántico, con sentido. Andreas en griego quiere decir "el valiente", Yosef en hebreo "que (Dios) lo haga crecer". Etcétera.
Cuando las tribus germánicas invadieron lo que después -ojo: después- llegaría a llamarse Cataluña, en lugar de imponer su lengua adoptaron la de los conquistados, es decir las diversas variedades del latín vulgar. Pero conservaron bastantes "fósiles" de sus hablas originarias, entre ellos los nombres de persona, compuestos en general por un sustantivo y un adjetivo cuyos radicales se mantuvieron pese a haberse latinizado la forma de origen.
Los nombres germánicos alcanzaron pronto más prestigio que los de origen latino, mayormente porque eran los de quienes mandaban. Se extendieron porque a los poderosos les interesa mostrar que lo son y a los otros disimular que no lo son. Pasaron muchas más cosas a lo largo de los siglos siguientes, pero quedó en Cataluña un buen puñado de nombres de origen germánico, entre ellos todos los terminados en bau, que acacbó siendo la versión local del bald ("audaz") visigótico y dio baldus en latín y baldo en castellano o español.
Tubau (y Thibault, Tibau, etcétera) deriva de un compuesto de Theud ("pueblo") y bauld. O sea: "Pueblo audaz": toma castaña con la prepotencia visigótica, solo comparable a esa majadería de que el Barça és més que un club. En castellano Tubau de Teobaldo y de ahí Teobaldo I el Trovador (Troyes 1201-Pamplona 1253), hijo de Blanca y rey elegido de Navarra.
Pues bien: yo me pido Teobaldo, aprovechando el decretazo sobre apellidos que está a punto de asestarnos la Generalitat y que permitirá a los hijos de Sánchez llamarse Sanchis y a los de Pérez, Peris -Moll ya los registra, como a los poetas Gomis (Gómez) o Roís (Ruiz)-, y los directores del DOG llamados Lobo podrán pasar a ser Llop como Dios manda.
Al igual que la Inquisición permitió a los judíos convertirse y colgar un jamón de cerdo a la puerta de su casa para fingirse cristianos viejos, el nacionalpujolismo brinda ahora ocasión a los hijos de conquense -a veces más cebolludos que los catalanes de soca·rel- de borrar para siempre la infamante marca de impureza de sangre que su apellido delataba por mucho que se hubieran cambiado a Jaume y su hijita se llamara Laia.
Todo esto ya lo estudió bastante bien Jean-Paul Sartre en 1946, en sus Réflexions sur la question juive: el asimilacionismo, tan diferente del odioso antisemitismo, consiste en aceptar al judío como uno de los nuestros... siempre que deje de ser judío y se convierta en un buen francés. El nacionalpujolismo le ofrece, encima, la posibilidad de cambiar su Lévi por un Le Pen o por un Lletget.
Esa Cataluña, hecha de purasangres viejos o nuevos, algunos la consideramos indeseable: noslatres no som d´eixe món. Y somos bastantes más de los que ellos quieren y dicen. Queremos otra Cataluña, mestiza y revuelta, llena de Pérez y Martínez sin maquillaje ortográfico, llena de Ndongo y Nguyen que hablen donde les plazca la lengua que les plazca. Por eso, ya que catalán y castellano son igualmente oficiales en Cataluña, pido cambiar mi Tubau por Teobaldo: para que incluso en el registro de los hoteles quede explícita mi disidencia. Para dejar claro que, mientras esto sea el lugarejo ensimismado, asimilacionista y excluyente en lo que está convirtiendo Pujol, quiero seguir siendo un exiliado interior. Eso, o emigrar. A Madrid, para defender a Segundo Marey como Olga Tubau.
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