domingo, 11 de octubre de 2009

¿Por qué llaman género al sexo?


La opinión de Jesús Royo en La Voz Libre.


Los gramáticos, filólogos, lingüistas y gente del palo del idioma llevamos con resignación el castigo que merecen nuestros pecados en todo este pleito: éste del sexo y el género. Y este pleito podría ser divertido, porque da juego a malentendidos sabrosos, pero las más de las veces se queda en el nivel de la ramplonería, cuando no de la moralina más ridícula. Con un agravante: que -no sé por qué y me preocupa- se considera que la actitud linguo-no-sexista parece ser propio de la izquierda. ¡Pobre izquierda! Bueno, pues esta vez dejamos el tema del conflicto catalán-castellano y divagaremos un poco sobre el tema del género y el sexo.

Maldito sea el día en el que alguien, sin nada más noble que hacer, vio la luz al descubrir que la lengua era sexista. Y como ser sexista en este mundo de raíces judeocristianomusulmanas es malo, pues nada, hay que corregirlo para que sea no-sexista. También hay que suponer que ser no-sexista es bueno, pero allá ellos con la carga de la prueba. ¿Y dónde está el sexismo? Pues en el hecho de que el masculino -género- incluye al femenino -sexo-, pero no al revés. Es decir, 'todos están cansados' incluye a hombres y mujeres, pero 'todas están cansadas' no incluye a los hombres. Ése es el agravio intolerable. De ahí que haya quien recomiende -con aire frailuno- eso tan chusco de "vascos y vascas", "ciudadanos y ciudadanas", llegando al absurdo de "todos y todas", "nosotros y nosotras". El ridículo total, por ser lingüísticamente imposible, se consigue en 'los dos-las dos' o 'ambos-ambas' cuando son uno y una. Se ha creado ya toda una rama de la lingüística en la nueva normativa por una lengua no-sexista. 'Los profesores' está mal visto: hay que decir 'el profesorado'. 'Los trabajadores' se sustituyen por 'el personal', et sic de ceteris.

Todo este lío proviene de dos confusiones, a mi parecer: por un lado, se confunde el género con el sexo; y por el otro, la palabra con la cosa. Se cree que cambiando la lengua cambiará la realidad. Para lograr una sociedad igualitaria en cuanto al sexo, creen que lo mejor es cambiar la conducta lingüística: el logos rige y determina la realidad. ¡Santa inocencia!

Primero: el género no es el sexo. Tenemos una ley 'de violencia de género', que debería ser claramente 'violencia de sexo'. Decir 'violencia de género' tiene el mismo valor que 'violencia de subjuntivo'. El género no es algo de la realidad, sino de las palabras. No pertenece al significado, sino al significante. El género es una característica obligatoria de ciertas palabras, los nombres. En nuestras lenguas tenemos dos géneros, masculino y femenino, pero podríamos -y quizá deberíamos- llamarlos A y B. Todos los nombres son, o bien A, o bien B. 'Libro, hombre, perro, armario' son A, y 'mujer, gata, espina, calle' son B. Y para la mayor parte de nombres, el género es arbitrario, no tiene ninguna base en la realidad.

En cambio, el sexo es una característica de la realidad, es un hecho biológico. Sólo algunas cosas son macho o hembra, digamos de sexo masculino o femenino. Sin embargo, todos los nombres -todas las 'cosas'- son de género masculino o femenino. Es decir, en nuestras lenguas, la mayor parte de 'masculinos' -libro, armario- no son machos y la mayor parte de 'femeninos' -espina, calle- no son hembras. Dejémoslo aquí: seguiremos.

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