viernes, 16 de octubre de 2009

Carlos Zanón: tarde, mal y nunca


Una columna de Loquillo en El Periódico de Catalunya.


El pasado 11 de septiembre, un grupo de trabajadores abroncó al presidente de la Generalitat, José Montilla, al grito de «Menos Estatut y más trabajo». Supimos hace unas semanas que a la burguesía catalana uno de los suyos les había robado la cartera en su propio Xanadú, el Palau de la Música. Según cifras oficiales, Barcelona va a la cabeza en lo que a número de asesinatos se refiere, la delincuencia global se ha instalado en Barcelona con los gastos pagados. Un ejemplo: la heroína ha vuelto a venderse a precio de saldo para captar nuevos clientes, mientras la beautiful independentista se pasea por la Rambla con el brazo en alto y los cuatro dedos extendidos.
Rabinad, Marcé, Candel y Vázquez Montalbán narraron la vida y obras de la Barcelona de la guerra civil, de la posguerra, la emigración y el tardofranquismo. Años después, fue Casavella quien retrató la Barcelona posmoderna (la moderna nunca existió). Hoy es el poeta y escritor Carlos Zanón (Barcelona, 1966) quien, desde su novela Tarde, mal y nunca (Saymon Ediciones), nos describe la Barcelona real, la de ahora mismo, la de las calles y barrios golpeados por la crisis económica y deteriorados. Un rostro urbano que da al traste con la bucólica imagen que nos han querido vender desde el ayuntamiento.
El párrafo que sigue, de Carlos Zanón, muestra una visión de Barcelona a la que muchos están poco acostumbrados:
«El barrio hace tiempo que está harto. Los chicos, aburridos. Blancos, amarillos o negros. En eso sí que coinciden, mientras que los viejos no olvidan que, de un modo u otro, ellos también han sido estafados. Tolerancia, diversidad y mestizaje son pedazos de eslóganes que quedan bien en editoriales que en el barrio nadie lee, canciones que no se escuchan o discursos escupidos por políticos a los que muchos ni siquiera pueden votar. Y la gente vive, se quiere y se odia y soporta como mejor puede. Unos llevan pañuelos, otros hacen demasiado ruido con las radios, y muchos recuerdan con nostalgia cuando la ciudad era una señora de anchas caderas, rancia y distinguida, que sabía esconder la basura bajo alfombras y calabozos».

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