Jesús Royo En La Voz Libre
Vamos a dejarnos ya de simplezas. Una de ellas, quizá la que más duele porque ofende a la inteligencia media del español medio -o sea, que es una tontería tonta, pero tonta de capirote-, es la de que el Gobierno cuanto más cerca, mejor. "Porque el Gobierno cercano conoce mejor las necesidades del pueblo...", se añade, para acabarlo de estropear. Pues sí señores, ésta es una de las simplezas mayores que circulan, y con un éxito y una impunidad sonrojante.
Pero vamos a ver, ¿nadie ha advertido que eso es una barbaridad? En el mundo de hoy, que comemos melones -o sea, agua- traídos del Brasil y manzanas de Nueva Zelanda, todo a precios que tumban a los productos de aquí, ¿puede pretenderse que lo cercano es mejor sin ninguna clase de justificación? ¡Hala! Porque sí... Cuando las piezas de cualquier coche han hecho más kilómetros que los que correrán cuando sean coche, cuando corran por su cuenta; cuando la ropa de la China, después de recorrer diez mil kilómetros, resulta como cuatro veces más barata que la fabricada en casa, y con una calidad comparable, ¿se puede seguir diciendo con tanta temeridad que el Gobierno cercano es mejor?
No es cierto que se conoce más lo que está cerca. Después de Internet, eso es una majadería supina. ¿A cuántos vecinos conocemos? Y los amigos que conocemos, ¿a qué distancia viven de nosotros? Eso, si nos limitamos a las relaciones de amistad, que implican un trato emocional. Pero si nos limitamos a las relaciones, digamos comerciales, las que se rigen por intereses, está claro que nuestros objetos más cotidianos -el papel del periódico que estoy leyendo, la tinta con que está escrito, la goma de la suela de mis zapatos, la ropa que llevo, etc- nos relacionan con gentes de todos los puntos del planeta. Entonces, ¿qué sentido tiene hablar del 'principio de máxima cercanía', o lo que es lo mismo, del 'principio de subsidiariedad'?
Hay que proclamarlo alto y claro: no es cierto que el poder que está cerca sea mejor. A menudo, el Gobierno cercano es mucho peor que el que está lejos. Ejemplos: por suerte, la costa no es competencia de los ayuntamientos, ni de las autonomías, sino del Estado. Si el litoral dependiera del poder local, sería terrorífico. Como lo es el urbanismo: así nos va, con las ciudades en manos de los caciques inmobiliarios. El urbanismo, si quiere estar a favor del pueblo, debe administrarse lejos. Otro: si España es una democracia, no es gracias a nuestro poder cercano, sino por la presión que ejerció Europa y Occidente en general. Lo cercano era el cacique, el franquista, el preboste, el cura, el señor. El franquismo se enterró definitivamente en el año 86 al entrar en Europa.
Pues eso. El estado autonómico no se justifica por ser cercano, sino por ser mejor. ¿Pero es mejor? En ciertos casos sí, en ciertos casos no. No es de recibo la idea de que el autogobierno sea bueno por naturaleza, como se suele pensar en Cataluña. Que el aeropuerto del Prat sería mejor si se determinara 'desde aquí'. O los trenes de cercanías. O los jueces. Una judicatura plegada a la Generalitat me produce grima. Me sentiría como más desprotegido. Hace tiempo que sospecho que, en muchos aspectos, con las autonomías el poder se ha acercado, sí, pero a ellos, a los caciques, y por lo tanto, se ha alejado del pueblo. La Generalitat no es mi gobierno, sino el de ellos, las cuatrocientas familias que siempre mandaron en Cataluña. El poder está cerca, pero está más lejano que nunca del pueblo catalán. Para empezar, porque no habla la lengua mayoritaria de los catalanes, que como todo el mundo sabe, es el castellano.
sábado, 23 de enero de 2010
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