Jesús Royo Arpón en La Voz Libre.
Lo digo, evidentemente, para provocar. Quien haya seguido mis artículos, sabrá que lo de ser más o muy español, o catalán, o lo que sea, es una expresión que me la trae al pairo, que no me dice nada, que para mí no tiene sentido, vamos, que me cuesta entenderla. No entiendo que Pujol sea más catalán que yo, por ejemplo, o que los toros sean más españoles que el fútbol. Me remito pues, como marco conceptual, a lo que apunté en 'se es o no se es, no mucho o poco', en esta columna el 11 de noviembre pasado. Pero supongamos, como un juego, que sí, que hay un ránking de regiones más y menos españolas. En este artículo y en el próximo pretendo dar razones de que, contra la opinión común, Cataluña es una región muy española, si no la que más. Aunque al cabo, todo sea hablar por hablar, o hablar por no callar.
Las primeras tierras que se llamaron España -palabra fenicia- fueron las del litoral mediterráneo y aparece ya en textos ugaríticos de hace más de tres mil años. Se duda sobre su significado, 'tierra de conejos' o 'tierra de metales'. Pero era una denominación geográfica. España adquiere entidad política como provincia de Roma -en realidad dos provincias, al principio-. Los romanos, vencedores en las guerras púnicas, adoptaron el nombre que le daban los cartagineses vencidos, Hispania. La actual Cataluña siempre fue parte de la Hispania romana, desde su desembarco el 218 a.C. en Empúries. Tarragona fue su capital principal durante seiscientos años. Pero la conquista romana no se coronó hasta Augusto. Tarragona y todo el litoral mediterráneo hasta Córdoba -la otra capital inicial de Hispania- fue España durante un promedio de 100 años antes que el resto.
Al caer el Imperio, España pasa a ser una entidad independiente. En tiempo de los godos, Barcelona creció en importancia y llegó a ser capital del reino, antes de serlo definitivamente Toledo. Con la invasión árabe, el reino visigodo desaparece. La antigua Hispania pasa a ser sólo un recuerdo. Pero un recuerdo persistente, que legitima la larga guerra de recuperación. La Reconquista se hizo para recuperar la legitimidad del reino visigodo. La guerra se llevó a cabo 'per Déu e per Espanya', dice el rey Jaime I. Barcelona fue reconquistada en 801, noventa años después de la invasión árabe. Mientras la mayor parte de la península era Al Andalus, Barcelona ya volvía a ser España. Toledo fue recuperada casi trescientos años más tarde. La ventaja de Barcelona sobre el resto peninsular en cuanto a 'españolidad' es de 350 años como media.
Resumiendo: somos españoles desde el 218 antes de Cristo, con una interrupción de noventa años, 2.138 años en total. Contado en años, Cataluña -o al menos, Barcelona- es la región más española. Somos 450 años más españoles que la media. El resto de España, o empezó a serlo más tarde, o dejó de serlo más tiempo.
domingo, 31 de enero de 2010
martes, 26 de enero de 2010
Al médico privado
La carta de un lector de El Periódico de Catalunya
El otro día leí una carta de un lector que expresaba sus deseos de que el traspaso de los trenes de cercanías de Renfe a la Generalitat no significara solo una catalanización lingüística del servicio, que es lo que ha pasado, a mi juicio, con la transferencia de las competencias de educación y sanidad. Mi experiencia, y sé que la de otros muchos afectados de fibromialgia, es que si queremos tratarnos de esta enfermedad, tenemos que acudir a la medicina privada a causa de la desidia de la sanidad pública de la Generalitat.
La consellera de Salut, Marina Geli, parece estar tan ocupada alabando lo bien que funciona la sanidad pública catalana, que no tiene tiempo para contestarme a una reclamación que le hice hace unos tres meses, en castellano.
J. M. G.
Barcelona
El otro día leí una carta de un lector que expresaba sus deseos de que el traspaso de los trenes de cercanías de Renfe a la Generalitat no significara solo una catalanización lingüística del servicio, que es lo que ha pasado, a mi juicio, con la transferencia de las competencias de educación y sanidad. Mi experiencia, y sé que la de otros muchos afectados de fibromialgia, es que si queremos tratarnos de esta enfermedad, tenemos que acudir a la medicina privada a causa de la desidia de la sanidad pública de la Generalitat.
La consellera de Salut, Marina Geli, parece estar tan ocupada alabando lo bien que funciona la sanidad pública catalana, que no tiene tiempo para contestarme a una reclamación que le hice hace unos tres meses, en castellano.
J. M. G.
Barcelona
lunes, 25 de enero de 2010
Dedicado a todos los catalanes que piensan que José Tomás es un asesino
http://www.abc.es/20091010/toros-/jose-tomas-matador-solidario-200910101700.html
El día que un triste y gritón antitaurino done 200.000 euros a la beneficiencia podrá tratar de tú a tú a este generoso artista.
sábado, 23 de enero de 2010
Cerca no es mejor
Jesús Royo En La Voz Libre
Vamos a dejarnos ya de simplezas. Una de ellas, quizá la que más duele porque ofende a la inteligencia media del español medio -o sea, que es una tontería tonta, pero tonta de capirote-, es la de que el Gobierno cuanto más cerca, mejor. "Porque el Gobierno cercano conoce mejor las necesidades del pueblo...", se añade, para acabarlo de estropear. Pues sí señores, ésta es una de las simplezas mayores que circulan, y con un éxito y una impunidad sonrojante.
Pero vamos a ver, ¿nadie ha advertido que eso es una barbaridad? En el mundo de hoy, que comemos melones -o sea, agua- traídos del Brasil y manzanas de Nueva Zelanda, todo a precios que tumban a los productos de aquí, ¿puede pretenderse que lo cercano es mejor sin ninguna clase de justificación? ¡Hala! Porque sí... Cuando las piezas de cualquier coche han hecho más kilómetros que los que correrán cuando sean coche, cuando corran por su cuenta; cuando la ropa de la China, después de recorrer diez mil kilómetros, resulta como cuatro veces más barata que la fabricada en casa, y con una calidad comparable, ¿se puede seguir diciendo con tanta temeridad que el Gobierno cercano es mejor?
No es cierto que se conoce más lo que está cerca. Después de Internet, eso es una majadería supina. ¿A cuántos vecinos conocemos? Y los amigos que conocemos, ¿a qué distancia viven de nosotros? Eso, si nos limitamos a las relaciones de amistad, que implican un trato emocional. Pero si nos limitamos a las relaciones, digamos comerciales, las que se rigen por intereses, está claro que nuestros objetos más cotidianos -el papel del periódico que estoy leyendo, la tinta con que está escrito, la goma de la suela de mis zapatos, la ropa que llevo, etc- nos relacionan con gentes de todos los puntos del planeta. Entonces, ¿qué sentido tiene hablar del 'principio de máxima cercanía', o lo que es lo mismo, del 'principio de subsidiariedad'?
Hay que proclamarlo alto y claro: no es cierto que el poder que está cerca sea mejor. A menudo, el Gobierno cercano es mucho peor que el que está lejos. Ejemplos: por suerte, la costa no es competencia de los ayuntamientos, ni de las autonomías, sino del Estado. Si el litoral dependiera del poder local, sería terrorífico. Como lo es el urbanismo: así nos va, con las ciudades en manos de los caciques inmobiliarios. El urbanismo, si quiere estar a favor del pueblo, debe administrarse lejos. Otro: si España es una democracia, no es gracias a nuestro poder cercano, sino por la presión que ejerció Europa y Occidente en general. Lo cercano era el cacique, el franquista, el preboste, el cura, el señor. El franquismo se enterró definitivamente en el año 86 al entrar en Europa.
Pues eso. El estado autonómico no se justifica por ser cercano, sino por ser mejor. ¿Pero es mejor? En ciertos casos sí, en ciertos casos no. No es de recibo la idea de que el autogobierno sea bueno por naturaleza, como se suele pensar en Cataluña. Que el aeropuerto del Prat sería mejor si se determinara 'desde aquí'. O los trenes de cercanías. O los jueces. Una judicatura plegada a la Generalitat me produce grima. Me sentiría como más desprotegido. Hace tiempo que sospecho que, en muchos aspectos, con las autonomías el poder se ha acercado, sí, pero a ellos, a los caciques, y por lo tanto, se ha alejado del pueblo. La Generalitat no es mi gobierno, sino el de ellos, las cuatrocientas familias que siempre mandaron en Cataluña. El poder está cerca, pero está más lejano que nunca del pueblo catalán. Para empezar, porque no habla la lengua mayoritaria de los catalanes, que como todo el mundo sabe, es el castellano.
Vamos a dejarnos ya de simplezas. Una de ellas, quizá la que más duele porque ofende a la inteligencia media del español medio -o sea, que es una tontería tonta, pero tonta de capirote-, es la de que el Gobierno cuanto más cerca, mejor. "Porque el Gobierno cercano conoce mejor las necesidades del pueblo...", se añade, para acabarlo de estropear. Pues sí señores, ésta es una de las simplezas mayores que circulan, y con un éxito y una impunidad sonrojante.
Pero vamos a ver, ¿nadie ha advertido que eso es una barbaridad? En el mundo de hoy, que comemos melones -o sea, agua- traídos del Brasil y manzanas de Nueva Zelanda, todo a precios que tumban a los productos de aquí, ¿puede pretenderse que lo cercano es mejor sin ninguna clase de justificación? ¡Hala! Porque sí... Cuando las piezas de cualquier coche han hecho más kilómetros que los que correrán cuando sean coche, cuando corran por su cuenta; cuando la ropa de la China, después de recorrer diez mil kilómetros, resulta como cuatro veces más barata que la fabricada en casa, y con una calidad comparable, ¿se puede seguir diciendo con tanta temeridad que el Gobierno cercano es mejor?
No es cierto que se conoce más lo que está cerca. Después de Internet, eso es una majadería supina. ¿A cuántos vecinos conocemos? Y los amigos que conocemos, ¿a qué distancia viven de nosotros? Eso, si nos limitamos a las relaciones de amistad, que implican un trato emocional. Pero si nos limitamos a las relaciones, digamos comerciales, las que se rigen por intereses, está claro que nuestros objetos más cotidianos -el papel del periódico que estoy leyendo, la tinta con que está escrito, la goma de la suela de mis zapatos, la ropa que llevo, etc- nos relacionan con gentes de todos los puntos del planeta. Entonces, ¿qué sentido tiene hablar del 'principio de máxima cercanía', o lo que es lo mismo, del 'principio de subsidiariedad'?
Hay que proclamarlo alto y claro: no es cierto que el poder que está cerca sea mejor. A menudo, el Gobierno cercano es mucho peor que el que está lejos. Ejemplos: por suerte, la costa no es competencia de los ayuntamientos, ni de las autonomías, sino del Estado. Si el litoral dependiera del poder local, sería terrorífico. Como lo es el urbanismo: así nos va, con las ciudades en manos de los caciques inmobiliarios. El urbanismo, si quiere estar a favor del pueblo, debe administrarse lejos. Otro: si España es una democracia, no es gracias a nuestro poder cercano, sino por la presión que ejerció Europa y Occidente en general. Lo cercano era el cacique, el franquista, el preboste, el cura, el señor. El franquismo se enterró definitivamente en el año 86 al entrar en Europa.
Pues eso. El estado autonómico no se justifica por ser cercano, sino por ser mejor. ¿Pero es mejor? En ciertos casos sí, en ciertos casos no. No es de recibo la idea de que el autogobierno sea bueno por naturaleza, como se suele pensar en Cataluña. Que el aeropuerto del Prat sería mejor si se determinara 'desde aquí'. O los trenes de cercanías. O los jueces. Una judicatura plegada a la Generalitat me produce grima. Me sentiría como más desprotegido. Hace tiempo que sospecho que, en muchos aspectos, con las autonomías el poder se ha acercado, sí, pero a ellos, a los caciques, y por lo tanto, se ha alejado del pueblo. La Generalitat no es mi gobierno, sino el de ellos, las cuatrocientas familias que siempre mandaron en Cataluña. El poder está cerca, pero está más lejano que nunca del pueblo catalán. Para empezar, porque no habla la lengua mayoritaria de los catalanes, que como todo el mundo sabe, es el castellano.
lunes, 11 de enero de 2010
El artículo seis punto uno: ¿es constitucional? (III)
Jesús Royo En La Voz Libre
El nacionalismo ha invertido infinita energía y toneladas de papel impreso a lo largo de los últimos años para justificar la prioridad del catalán en su cualidad de lengua propia. Prácticamente la revista 'Llengua i Dret' se dedica a esta misión en exclusiva. Y con escasa o nula oposición, se ha ido construyendo un edificio conceptual alrededor de la lengua propia, cuyo fruto es el redactado del actrual Estatuto. Se dice, por ejemplo, que la Administración pública debe ser siempre en catalán, porque ésa es la lengua propia de Cataluña, y a su vez, ser la lengua propia de un país significa sobre todo que es la lengua de la Administración pública. Un ejemplo claro de círculo vicioso, pero que es aceptado y repetido por políticos y académicos de todo pelaje.
Otro sofisma: se admite que, al ser el catalán lengua propia de Cataluña, es también propia de la escuela, de la Administración y las personas jurídicas -y también propia del comercio, el ocio, y por qué no, del tráfico aéreo sobre cielo catalán-. Ese razonamiento ha trascendido y se recoge incluso en las leyes de Normalización. Pero cualquier observador atento del idioma puede advertir que no es lo mismo 'propio de Cataluña' y 'propio de la escuela': son dos sentidos diferentes de la palabra propio. En un caso, 'propio de un lugar' se opone a foráneo: decimos 'propios y extraños'. En el segundo caso, 'propio de una actividad' se opone a inadecuado o impropio: las herramientas propias del albañil, etc. Decimos que 'el habla propia de los jueces es el argot forense', o que 'la lengua coloquial es impropia de los discursos parlamentarios'. ¿Quiere decirse con ello que el castellano es inadecuado para enseñar en Cataluña, con más del 60 por ciento de alumnos castellanohablantes?
Por fin, una argumentación 'a contrario'. Imaginemos una ley española que dijese que "el castellano es la lengua propia de España, y como tal, es la lengua vehicular de la escuela..." Es imaginable el escándalo que armarían todos nuestros nacionalistas: ya estoy viendo los aspavientos y autos sacramentales que se montarían al estilo de '¡esto no es un Estado, esto es un Imperio!', '¡rompemos la baraja!', '¡adéu, Espanya!'. De hecho, el castellano tiene títulos suficientes para ser considerado lengua propia de España, y de hecho ha funcionado como tal en las épocas de centralismo. Y después de todo, es la lengua materna del 80 por ciento de la población. Pero aun así, esa ley sería totalmente contraria al espíritu de la Constitución, que propone "especial respeto y protección" a "las demás lenguas españolas", que "serán también oficiales en sus respectivos territorios". Pues bien, ese error garrafal, aumentado, es el que comete el artículo 6.1 del Estatut. Aumentado, porque Cataluña es mucho más diversa lingüísticamente que España: el catalán no llega a ser lengua materna del 50 por ciento de los catalanes. Aumentado, porque mientras la Constitución habla de "lenguas españolas", para el Estatut el castellano no es "una lengua catalana", sino solamente oficial "por serlo de todo el Estado".
El modelo lingüístico del Estatut es el de la Francia unitarista del Rey Sol y la revolución. Pero ni el francés es el catalán, ni Francia es Cataluña, ni el siglo XVIII es el siglo XXI. Es un modelo que, en nuestro caso, puede generar graves conflictos en el futuro, y que tiene un final demasiado dudoso para un coste tremendo. Pero además, y sobre todo, no es compatible con el Estado de las Autonomías: no es posible una Cataluña jacobina en medio de una España basada en el respeto al pluralismo.
En la argumentación habitual para impedir la elección de la lengua de enseñanza, se habla de "no separar a los niños por razón de lengua". En el Estatut se establece (art. 35.3) "el derecho de los alumnos a no ser separados en centros ni en grupos de clase distintos por razón de su lengua habitual". 'Ser separados' implica que el alumno es objeto, no sujeto de tal separación. Así, se evoca una 'separación forzosa' o contra su voluntad. Pura perversión del lenguaje. En realidad, la elección de lengua es un derecho del que el alumno -o sus padres- son el sujeto, y la diversidad es el resultado del ejercicio de tal derecho. Sólo a la gente enemiga de la pluralidad puede contrariarle el uso del derecho a la enseñanza en lengua materna. Es como si se argumentara que "los ciudadanos no serán separados en religiones diferentes", porque el hecho de acudir cada uno a su iglesia, sinagoga o mezquita es el resultado de una separación. Esa 'cohesión social' -el argumento central que justifica la lengua única en la escuela-, ¿en qué se distingue de aquella "unidad" con que el franquismo arremetía contra los partidos políticos, o los sindicatos de clase?
El nacionalismo ha invertido infinita energía y toneladas de papel impreso a lo largo de los últimos años para justificar la prioridad del catalán en su cualidad de lengua propia. Prácticamente la revista 'Llengua i Dret' se dedica a esta misión en exclusiva. Y con escasa o nula oposición, se ha ido construyendo un edificio conceptual alrededor de la lengua propia, cuyo fruto es el redactado del actrual Estatuto. Se dice, por ejemplo, que la Administración pública debe ser siempre en catalán, porque ésa es la lengua propia de Cataluña, y a su vez, ser la lengua propia de un país significa sobre todo que es la lengua de la Administración pública. Un ejemplo claro de círculo vicioso, pero que es aceptado y repetido por políticos y académicos de todo pelaje.
Otro sofisma: se admite que, al ser el catalán lengua propia de Cataluña, es también propia de la escuela, de la Administración y las personas jurídicas -y también propia del comercio, el ocio, y por qué no, del tráfico aéreo sobre cielo catalán-. Ese razonamiento ha trascendido y se recoge incluso en las leyes de Normalización. Pero cualquier observador atento del idioma puede advertir que no es lo mismo 'propio de Cataluña' y 'propio de la escuela': son dos sentidos diferentes de la palabra propio. En un caso, 'propio de un lugar' se opone a foráneo: decimos 'propios y extraños'. En el segundo caso, 'propio de una actividad' se opone a inadecuado o impropio: las herramientas propias del albañil, etc. Decimos que 'el habla propia de los jueces es el argot forense', o que 'la lengua coloquial es impropia de los discursos parlamentarios'. ¿Quiere decirse con ello que el castellano es inadecuado para enseñar en Cataluña, con más del 60 por ciento de alumnos castellanohablantes?
Por fin, una argumentación 'a contrario'. Imaginemos una ley española que dijese que "el castellano es la lengua propia de España, y como tal, es la lengua vehicular de la escuela..." Es imaginable el escándalo que armarían todos nuestros nacionalistas: ya estoy viendo los aspavientos y autos sacramentales que se montarían al estilo de '¡esto no es un Estado, esto es un Imperio!', '¡rompemos la baraja!', '¡adéu, Espanya!'. De hecho, el castellano tiene títulos suficientes para ser considerado lengua propia de España, y de hecho ha funcionado como tal en las épocas de centralismo. Y después de todo, es la lengua materna del 80 por ciento de la población. Pero aun así, esa ley sería totalmente contraria al espíritu de la Constitución, que propone "especial respeto y protección" a "las demás lenguas españolas", que "serán también oficiales en sus respectivos territorios". Pues bien, ese error garrafal, aumentado, es el que comete el artículo 6.1 del Estatut. Aumentado, porque Cataluña es mucho más diversa lingüísticamente que España: el catalán no llega a ser lengua materna del 50 por ciento de los catalanes. Aumentado, porque mientras la Constitución habla de "lenguas españolas", para el Estatut el castellano no es "una lengua catalana", sino solamente oficial "por serlo de todo el Estado".
El modelo lingüístico del Estatut es el de la Francia unitarista del Rey Sol y la revolución. Pero ni el francés es el catalán, ni Francia es Cataluña, ni el siglo XVIII es el siglo XXI. Es un modelo que, en nuestro caso, puede generar graves conflictos en el futuro, y que tiene un final demasiado dudoso para un coste tremendo. Pero además, y sobre todo, no es compatible con el Estado de las Autonomías: no es posible una Cataluña jacobina en medio de una España basada en el respeto al pluralismo.
En la argumentación habitual para impedir la elección de la lengua de enseñanza, se habla de "no separar a los niños por razón de lengua". En el Estatut se establece (art. 35.3) "el derecho de los alumnos a no ser separados en centros ni en grupos de clase distintos por razón de su lengua habitual". 'Ser separados' implica que el alumno es objeto, no sujeto de tal separación. Así, se evoca una 'separación forzosa' o contra su voluntad. Pura perversión del lenguaje. En realidad, la elección de lengua es un derecho del que el alumno -o sus padres- son el sujeto, y la diversidad es el resultado del ejercicio de tal derecho. Sólo a la gente enemiga de la pluralidad puede contrariarle el uso del derecho a la enseñanza en lengua materna. Es como si se argumentara que "los ciudadanos no serán separados en religiones diferentes", porque el hecho de acudir cada uno a su iglesia, sinagoga o mezquita es el resultado de una separación. Esa 'cohesión social' -el argumento central que justifica la lengua única en la escuela-, ¿en qué se distingue de aquella "unidad" con que el franquismo arremetía contra los partidos políticos, o los sindicatos de clase?
domingo, 10 de enero de 2010
La verdadera democracia
Os invito a leer un párrafo escrito por Antoni Serra Ramoneda y publicado en El Periódico de Catalunya.
Porque es indiscutible que el independentismo no es delito como no lo es que quienes en él militan pretendan difundir sus ideas para ganar adeptos en número suficiente para que muy a la larga su sueño se transforme en realidad. Siempre y cuando, claro está, este afán de proselitismo se manifieste democráticamente, sin atisbo de violencia, y además acepte que para su triunfo se precisa una previa modificación de neustra Carta Magna que requeriría el visto bueno de una mayoría de los votantes españoles. Exigencia esta que, no hace falta decirlo, es de difícil cumplimiento, por lo que se necesita más moral que el Alcoyano, según la expresión popular, para lanzarse esperanzado a sembrar el credo independentista.
Porque es indiscutible que el independentismo no es delito como no lo es que quienes en él militan pretendan difundir sus ideas para ganar adeptos en número suficiente para que muy a la larga su sueño se transforme en realidad. Siempre y cuando, claro está, este afán de proselitismo se manifieste democráticamente, sin atisbo de violencia, y además acepte que para su triunfo se precisa una previa modificación de neustra Carta Magna que requeriría el visto bueno de una mayoría de los votantes españoles. Exigencia esta que, no hace falta decirlo, es de difícil cumplimiento, por lo que se necesita más moral que el Alcoyano, según la expresión popular, para lanzarse esperanzado a sembrar el credo independentista.
viernes, 8 de enero de 2010
El artículo seis punto uno: ¿es constitucional? (II)
Jesús Royo en La Voz Libre.
Tal como está redactado y habida cuenta la realidad sociolingüística de Cataluña, el artículo 6.1 resulta discriminatorio. Dice que del hecho de ser 'lengua propia' se desprende su prescripción de uso público exclusivo en la Administración, la escuela y los medios de comunicación. Es decir, de la lengua propia de Cataluña se derivan usos y deberes de los catalanes. ¿Cataluña y los catalanes son cosas diferentes? Los catalanes somos de lengua materna catalana y castellana -con mayoría castellana-. Con lo cual se establece una discriminación entre los ciudadanos: unos tienen como lengua materna la lengua propia, y otros no. Unos tendrán escuela, impresos, leyes, avisos, tele y radio en su lengua, y otros no. Lo cual contradice el precepto de la igualdad de derechos de todos los catalanes.
El error de este artículo consiste en dar transcendencia jurídica a un término, lengua propia, que debiera ser sólo descriptrivo. De hecho, en el Estatuto de 1979 simplemente se declaraba que el catalán es la lengua propia de Cataluña, sin sacar de ello ninguna consecuencia. El redactado del Estatuto actual supone un cambio cualitativo, que hay que aquilatar debidamente en todos sus extremos. ¿Qué significa que una lengua es "propia" de un país?
Las lenguas, que yo sepa, no son la expresión del paisaje, del territorio, sino de los habitantes de ese territorio. Ni de la Nación, como entidad abstracta, sino de los ciudadanos. Sólo las personas son sujetos hablantes. El término 'lengua de Cataluña' es una figura retórica que sólo puede significar 'lengua de los catalanes'. Pues bien, hoy día 'lengua de Cataluña' remite a dos lenguas, el castellano y el catalán, por este orden según el número de hablantes. Decir 'la lengua propia es el catalán' sólo puede significar que, de las dos lenguas maternas mayoritarias, una de ellas -la segunda en hablantes- es la que se hablaba antes en exclusiva -antes significa sólo setecientos años, porque desde el siglo VIII al XIII también se hablaba árabe-, o bien es la 'lengua característica', porque sólo se habla aquí -lo cual es falso, porque se habla también en Valencia, Mallorca y el Rosellón. La otra lengua, el castellano, es de implantación reciente, sobre todo por obra de la inmigración masiva desde hace siglo y medio. Una es 'propia', la otra es 'sobrevenida'. Una es antigua, la otra es reciente. ¿Y qué? ¿Eso es una característica que da derechos? Evidentemente, no. Ser lengua propia es un hecho, no un derecho. Es como ser blanco, cristiano o nacionalista, que alguien podría interpretar como 'características propias de Cataluña'. ¿Alguien imagina que se definiera el catolicismo como 'la religión propia de Cataluña'? ¿O que tener un apellido 'propio' de Cataluña -por ejemplo, Soler- comportara alguna prioridad o ventaja sobre los Gómez, apellido venido de Castilla? Aunque muchos piensan que Soler es más catalán que Gómez: y que el catalán es más catalán que el castellano. Pues no señor. Todos somos iguales, y nuestras lenguas igual de dignas.
Tal como está redactado y habida cuenta la realidad sociolingüística de Cataluña, el artículo 6.1 resulta discriminatorio. Dice que del hecho de ser 'lengua propia' se desprende su prescripción de uso público exclusivo en la Administración, la escuela y los medios de comunicación. Es decir, de la lengua propia de Cataluña se derivan usos y deberes de los catalanes. ¿Cataluña y los catalanes son cosas diferentes? Los catalanes somos de lengua materna catalana y castellana -con mayoría castellana-. Con lo cual se establece una discriminación entre los ciudadanos: unos tienen como lengua materna la lengua propia, y otros no. Unos tendrán escuela, impresos, leyes, avisos, tele y radio en su lengua, y otros no. Lo cual contradice el precepto de la igualdad de derechos de todos los catalanes.
El error de este artículo consiste en dar transcendencia jurídica a un término, lengua propia, que debiera ser sólo descriptrivo. De hecho, en el Estatuto de 1979 simplemente se declaraba que el catalán es la lengua propia de Cataluña, sin sacar de ello ninguna consecuencia. El redactado del Estatuto actual supone un cambio cualitativo, que hay que aquilatar debidamente en todos sus extremos. ¿Qué significa que una lengua es "propia" de un país?
Las lenguas, que yo sepa, no son la expresión del paisaje, del territorio, sino de los habitantes de ese territorio. Ni de la Nación, como entidad abstracta, sino de los ciudadanos. Sólo las personas son sujetos hablantes. El término 'lengua de Cataluña' es una figura retórica que sólo puede significar 'lengua de los catalanes'. Pues bien, hoy día 'lengua de Cataluña' remite a dos lenguas, el castellano y el catalán, por este orden según el número de hablantes. Decir 'la lengua propia es el catalán' sólo puede significar que, de las dos lenguas maternas mayoritarias, una de ellas -la segunda en hablantes- es la que se hablaba antes en exclusiva -antes significa sólo setecientos años, porque desde el siglo VIII al XIII también se hablaba árabe-, o bien es la 'lengua característica', porque sólo se habla aquí -lo cual es falso, porque se habla también en Valencia, Mallorca y el Rosellón. La otra lengua, el castellano, es de implantación reciente, sobre todo por obra de la inmigración masiva desde hace siglo y medio. Una es 'propia', la otra es 'sobrevenida'. Una es antigua, la otra es reciente. ¿Y qué? ¿Eso es una característica que da derechos? Evidentemente, no. Ser lengua propia es un hecho, no un derecho. Es como ser blanco, cristiano o nacionalista, que alguien podría interpretar como 'características propias de Cataluña'. ¿Alguien imagina que se definiera el catolicismo como 'la religión propia de Cataluña'? ¿O que tener un apellido 'propio' de Cataluña -por ejemplo, Soler- comportara alguna prioridad o ventaja sobre los Gómez, apellido venido de Castilla? Aunque muchos piensan que Soler es más catalán que Gómez: y que el catalán es más catalán que el castellano. Pues no señor. Todos somos iguales, y nuestras lenguas igual de dignas.
lunes, 4 de enero de 2010
El artículo seis punto uno: ¿es constitucional? (I)
Jesús Royo en La Voz Libre.
El artículo 6.1 del Estatut dice: "La lengua propia de Catalunya es el catalán. Como tal, el catalán es la lengua de uso normal y preferente de las Administraciones públicas y de los medios de comunicación públicos de Catalunya, y es también la lengua normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje en la enseñanza". El núcleo del artículo está en ese "como tal": según la ley, del hecho de ser lengua propia se deriva su uso exclusivo o preferente en la vida pública. ¿Es legítimo? Y en cuanto al derecho positivo, ¿es constitucional? En mi opinión, la respuesta es no y no: ni es legítimo, ni constitucional.
El nacionalismo catalán, pese a su pulcritud culturalista, responde a una realidad más bien sórdida: la pretensión de prioridad de los naturales del país frente a los inmigrantes. La lengua catalana, prácticamente abandonada desde el siglo XVIII por las élites culturales y económicas, vinculada residualmente a un entorno rural, inculto y atrasado, volvió a ser cotizada cuando llegaron los primeros inmigrantes -finales del XIX-, y su cotización aumentó en proporción a la importancia de su presencia. La inmigración, lejos de ser un peligro para el catalán, es la causa de su esplendor moderno: es la razón que explica y el combustible que alimenta todo el resurgir moderno de la lengua catalana. ¿Por qué? Porque pese a su escaso valor comunicativo, el catalán adquirió la función de "marcador social", lo cual resultaba muy útil de cara a ordenar el acceso al poder y, en general, al disfrute de los bienes sociales. Mediante la lengua se discrimina al natural del recién llegado: la lengua aparece como condición para "ser", y por lo tanto también para "estar".
La lengua, ya lo dijo Nebrija, es compañera del imperio: en la Cataluña moderna significa que el catalán es la aureola del estatus, del poder. Como resultado, hablar catalán dejó de ser algo rústico y pasó a ser delicado, sublime, culto y europeo. En catalán se vive mejor, se cobra más y se figura en las agendas de gente interesante. El catalán, en definitiva, se cotiza, no porque sirva para entenderse, sino porque rinde beneficios. Y su cotización aumenta por obra de los propios inmigrantes, porque aprenderlo significa subir un peldaño en la escala social. El propio inmigrante antiguo, que ya sabe catalán, lo reclama como mérito frente a la competencia de los recién llegados. Ya lo señalaba La Trinca en una de sus canciones: "...[els immigrants] criden 'xarnego!' al que acaba d'arribar". Con lo cual se realimenta el proceso hasta el paroxismo.
Si a ello le añadimos que al catalán se le asocian características "positivantes" como lengua perseguida -no dominante-, lengua auténtica -no postiza-, lengua natural -no extranjera-, lengua minoritaria y en peligro -no avasalladora-, etcétera, se comprenderá que el tema de la lengua haya llegado a ser el tabú central de la vida social catalana, el símbolo intocable de casi todo. Si alguien muestra una sombra de tibieza al respecto, se le colgará el sambenito de "enemigo del catalán", y eso significa su muerte cívica; pasa a ser un elemento indeseable, un cuerpo extraño y execrable. Yo sé por qué lo digo.
En este contexto, el artículo 6.1 expresa puntualmente toda la reivindicación del catalanismo desde hace cien años. La vida pública reflejará no la sociedad tal cual es, sino tal como "debe ser": con el catalán arriba y el castellano abajo. La elección del término "preferente" resulta terriblemente reveladora. Igual que el adverbio "normalmente", en su doble sentido de "en circunstancias normales" -el uso del castellano sólo se acepta si es excepcional, transitorio, defectivo- y "por norma" -la norma no escrita de "los catalanes primero, los castellanos a la cola".
Leído en este contexto, el artículo 6.1 del Estatut tiene un trasfondo turbio, yo diría más bien tenebroso, socialmente sospechoso, y de perfil democrático bajo. Por decirlo claramente: reaccionario. Tan reaccionario como el lema lepenista de "les français d'abord", los franceses primero. Yo me pregunto cómo es posible que los partidos de izquierda catalanes no hayan advertido ese trasfondo inquietante, próximo al racismo. Si todo socialista vibra ante la palabra "igualdad", no me puedo explicar que hayan aceptado cambiar la "igualdad de las dos lenguas" del Estatut anterior por la "lengua preferente" del actual. Están tan seducidos por el nacionalismo que ni siquiera se permiten la posibilidad de sospechar que pueda haber tras él un trasfondo tan sórdido. Aquí ha habido una intoxicación masiva.
Cuando se considera la estructura sociolingüística de Cataluña -el castellano es la lengua materna de la mayoría de catalanes- declarar el catalán como lengua preferente y darle de hecho un uso público exclusivo, es, como mínimo, una insensatez. Una provocación y una llamada al conflicto, si Dios no lo remedia.
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