Decíamos en el artículo anterior que Cataluña es España desde hace 2.228 años, con una interrupción de 90 años, en los que fue del Califato. Ninguna otra región lo ha sido durante tanto tiempo. Pero sigamos con la historia. Ya en época moderna, Cataluña quiso independizarse de España -Guerra dels Segadors- en la gran crisis de 1640, junto con Portugal y Andalucía. Sólo lo consiguió Portugal, que también era parte de la Hispania romana y visigoda. La Guerra de Sucesión, que acabó el 11 de septiembre de 1714, no fue de independencia, sino entre dos aspirantes al trono de España, Felipe de Borbón y Carlos de Austria. El Reino de Aragón apostó por el Austria y perdió: no se derrotó a un país, sino a una causa, la del austracismo. El nuevo rey Borbón creó un reino de Nueva Planta unificado al estilo francés, sin fronteras interiores. Está claro que Cataluña perdió sus instituciones propias, pero también las perdieron Aragón, Valencia, Castilla, Navarra... Se puede decir que en ese momento nace España como Estado moderno: hasta entonces era una confederación con un mismo monarca.
Pese al sentimiento de derrota, Cataluña se suma al nuevo Estado porque le permite participar en la colonización de América, y lo hace con fervor y sin demasiados escrúpulos: los marinos catalanes fueron unos negreros excelentes. En América se amasaron los capitales que alimentaron luego la industrialización del siglo XIX. En la Guerra de Independencia, los guerrilleros catalanes destacaron por su patriotismo -español, por supuesto-. Luego, en el Estado Liberal, los catalanes siempre fueron partidarios de los aranceles contra los librecambistas de Madrid. O sea, mucho Estado, mucha España, y altas fronteras impermeables a los productos competidores de Europa. Se dice que nuestro ancho de vía diferente del europeo fue para evitar una invasión militar: yo creo que fue más bien contra la invasión comercial para preservar un mercado cerrado a los tejidos de Manchester, que hubieran arruinado la industria autóctona. Para Cataluña, España fue, pues, el ultramar donde enriquecerse y el mercado en exclusiva donde colocar la manufactura. España ha sido el gran negocio de la Cataluña moderna. Incluso diría que toda la Reinaixença del siglo XIX, que conducirá en el XX al catalanismo y al sueño soberanista, se basa objetivamente en la prosperidad que viene del gran negocio llamado España.
Toda esa interacción fuerte entre Cataluña y España hace que, por debajo de problemas de identificación, objetivamente Cataluña sea protagonista principal de la historia española contemporánea. El intento colonial africano -Marruecos, Guinea- tiene sello catalán: de Prim a la Semana Trágica. Incluso el fascismo español, en parte fruto del 98, se formaliza con material ideológico del Noucentisme: d'Ors sirve por igual al nacionalismo de Prat de la Riba y a la Falange. Los grandes movimientos de población de los últimos doscientos años tienen como destino Cataluña y el País Vasco: curiosamente allá donde se han creado movimientos secesionistas fuertes.
Sin duda, el nacionalismo es la respuesta del indígena al aluvión de inmigrantes, en demanda de la prioridad social. Otra paradoja: Cataluña es separatista porque es muy española. En realidad, donde hay más población española es en Cataluña, el País Vasco y Madrid. En Andalucía hay andaluces, en Murcia murcianos, en Galicia gallegos, pero en Cataluña los catalanes étnicos son minoría, la mayor parte provenimos o descendemos de todos los puntos de España. Somos tan españoles, que incluso aborrecemos lo español, siguiendo fielmente el tradicional autoodio hispánico. Creo que fue Balbontín, un exiliado republicano, escritor habitual de Cuadernos para el Diálogo, quien a la vuelta a España se hizo de Herri Batasuna "porque son los últimos españoles dignos de ese nombre". El resto, desde que nos decidimos a cancelar las banderías del pasado en la Transición, éramos unos aguachirris tibios y pactistas. ¡Bah!
La opinión de Jesús Royo en La Voz Libre.
lunes, 15 de febrero de 2010
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