jueves, 14 de mayo de 2009
Deudas
Una columna de Ángel de la Fuente en El Periódico de Catalunya
Pocas semanas antes de irse a Madrid, el anterior presidente andaluz cerró un acuerdo con el Gobierno central para liquidar la supuesta "deuda histórica" de su comunidad, que se embolsará 1.200 millones además de algunos picos ya cobrados a cuenta. Como cabía prever, la cola para apuntarse al invento no para de crecer. Las regiones que no lo habían hecho ya plantean ahora reivindicaciones similares y se disponen a copiar la disposición del nuevo Estatuto andaluz que da cobertura legal a la feliz ocurrencia. El previsible embrollo dificultará todavía más la consecución de un acuerdo razonable de financiación que, pese al invencible optimismo del Gobierno, sigue sin parecer sencillo y alimentará el ya muy saludable victimismo autonómico.
El episodio es un buen ejemplo de cómo no debería funcionar el estado autonómico. Bien planteado, el tema de la deuda histórica podría tener cierto sentido. A lo largo de los años, el Estado ha traspasado a las comunidades autónomas los equipamientos con los que contaba en su territorio para prestar los principales servicios públicos. Puesto que la distribución de tales infraestructuras no era uniforme, algunas regiones han partido de una posición inicial menos ventajosa que otras y han tenido que hacer un mayor esfuerzo inversor para prestar servicios similares.
Compensar parcialmente a las más perjudicadas podría entrar dentro de lo razonable, pero desde luego habría que hacerlo de otra forma. Lo lógico habría sido fijar las posibles compensaciones en base a criterios objetivos e iguales para todos, a partir de un análisis de las dotaciones transferidas a cada comunidad en relación con su población y otros indicadores de necesidad. En cambio, se ha optado una vez más por dar barra libre para que cada uno pida lo que se le ocurra y acabe consiguiendo lo que pueda en base a su capacidad de presión y a su persistencia en la queja. El procedimiento no garantiza ni un reparto justo ni un acuerdo fácil y consumirá energías que estarían mejor dedicadas a causas más productivas. En un país más sensato, uno diría que la chapuza es difícilmente superable, pero aquí no estoy tan seguro.
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