Noticia publicada en La Voz Libre.
Albert Boadella se estrena en Madrid con 'Amadeu', la historia del compositor catalán Amadeo Vives que, al igual que él, tuvo que desarrollar su creatividad fuera de su tierra. "Quien se enfrenta al nacionalismo es automáticamente marginado y convertido en muerto civil. En este sentido, el nacionalismo es como una dictadura", dijo Albert Boadella, meses antes de abandonar Cataluña. Ahora, con esta obra, Boadella se encarga de ridiculizar el nacionalismo catalán en escena con frases tan rotundas como: "no hay nada tan español como un catalán".
Después de su polémica declaración de intenciones, Albert Boadella se mudó en septiembre de 2008 a Madrid, tras haber recibido la oferta de Esperanza Aguirre para dirigir los Teatros del Canal. Primero montó 'Una noche en el Canal' para abrir sus teatros y ahora 'Amadeu', un musical homenaje al compositor con quien revive su historia de exilio creativo en la capital.
Amadeo Vives es el autor de zarzuelas como 'Doña Francisquita', de himnos como 'La balanguera', es el precursor del Palau de la Música y antes cofundador del Orfeón Catalán. Ahora, el músico le sirve a Boadella para cantarlo todo, o casi todo. Y poner en la boca de Vives, encarnado por Antoni Comas, las emociones y los sentimientos de quien ha decidido dejar su tierra, Cataluña, para desarrollar libremente su carrera artística
"A mí Cataluña hoy no me parece tan dulce", le hace confesar Boadella a Vives en la obra, un texto que continúa con declaraciones como: "Cataluña era la madre pero 'Madrit' se convirtió en mi prometida, me cautivó enseguida".
Vives, en esta ocasión Antoni Comas, sigue en la escena diciendo: "'Madrit' es no tener nada y tenerlo todo".
"Yo soy el mismo, el público de 'Madrit' ha aceptado la música catalana como suya", asegura Vives según Albert Boadella, quien como contrapunto añade: "Cuando uno nace en esta tierra es difícil de sustraerse a ese sentimiento catalán rotundo y real".
jueves, 30 de junio de 2011
lunes, 20 de junio de 2011
Los privilegios del fósil
La opinión de Féliz de Azúa en El País.
Durante la Transición se publicó en Barcelona y en catalán una influyente revista, Taula de Canvi, donde escribía buena parte del aparato ideológico del comunismo regional. Su promotor y director era Alfons Comín, un cristiano castrista ya fallecido, con mucho predicamento entre las élites barcelonesas. En el número de julio-agosto de 1977 figuraba un consejo de redacción compuesto por 18 miembros. Todos ellos, con alguna excepción, han hecho importantes carreras dentro de la Administración y buena parte de los mismos aún sigue, 30 años más tarde, entre los directivos más influyentes de la vida oficial catalana. Puede decirse sin miedo a error que esa revista fue el núcleo del mando intelectual de la izquierda revolucionaria catalana que tomaría el poder en la casi totalidad de los centros decisorios de la comunidad.
La maquinaria cultural catalana exige una adhesión total a los que escriben en castellano
Los nacionalistas catalanes desean la capacidad de decidir quién es y quién no es catalán
Josep Benet, Jordi Borja, Josep M. Castellet, Josep Fontana, Cirici Pellicer, González Casanova, Melendres, Molas, Ramoneda, Solé Tura, Vázquez Montalbán y otros miembros del consejo de redacción se cuentan entre los principales responsables de que la vida cultural catalana haya sido lo que es. Treinta años más tarde solo habría que añadir los aliados independentistas con quienes compartieron el poder a partir de la presidencia de Maragall. Cuando los futuros historiadores escriban el relato de la deriva catalana hacia la secesión deberán leer esta olvidada revista.
El número mencionado iba dedicado a un asunto: Escribir en castellano en Cataluña, cuestión que puede parecer cultural, pero que no ha sido nunca sino el fundamento mismo de la ideología nacionalista. En su presentación Jordi Carbonell, coordinador del número, decía: "Escribir literariamente en castellano en los Países Catalanes ha sido siempre un acto con claras connotaciones políticas; por lo menos tantas como escribir en catalán". Lo de escribir "literariamente" es sugestivo: el juicio político iba contra los escritores "literarios" porque a los demás no era necesario decirles nada, ya sabían cuál era la orden, aunque no la cumplieran: a pesar de las consignas casi todos los camaradas escribían en español en diarios como La Vanguardia o Tele/Express. Treinta años más tarde sigue sucediendo lo mismo.
Carbonell, medalla de oro de la Generalitat en 2001 y presidente de Esquerra Republicana entre 1996 y 2004, añadía más adelante: "El simple hecho de 'radicar' en Cataluña o en los Países Catalanes sin la voluntad de devenir (esdevenir) catalán no convierte a una persona en 'catalán de radicación". Esta es la ambición suprema de los nacionalistas catalanes: poseer la capacidad decisoria que determina quién es y quién no es cata-
lán, herramienta totalitaria que nunca han soltado. Treinta años más tarde la segregación sigue intacta. El propio Montilla lo dijo en más de una ocasión: no basta con nacer y trabajar en Cataluña, hay que manifestar una voluntad pública de "ser catalán" para que el poder te considere catalán. Los comisarios controlan la exclusión y otorgan la integración según un metafísico "querer ser catalán" definido oportunamente por el mando.
El fondo de esta dictadura nacional se sustenta en el mito del invasor. Decía Carbonell en su artículo: "El castellano es justamente la lengua que el poder opresor ha querido imponer en un intento de genocidio cultural consecuencia de una política imperialista". Treinta años más tarde nada ha cambiado, excepto que ahora el mito se enseña en los manuales del Bachillerato. Aunque nadie dude de que la imposición franquista del español sobre el catalán fuera real, lo del "poder opresor" parece que se refiera al Ministerio de la Gobernación y no a lo que antes se llamaba "la burguesía catalana" (auténticos ejecutores del supuesto genocidio), así como a la llegada de los inmigrantes sureños que cargan con la responsabilidad de ser instrumentos de la opresión. La deshonestidad de culpar a los "extranjeros" no solo es una forma insidiosa de xenofobia, sino una mentira que descalifica a quien la dice.
La anterior deshonestidad se completaba con la siguiente frase de Carbonell: "No cabe duda de que los escritores que, viviendo en nuestro país, se expresan literariamente en castellano constituyen un fenómeno cultural inimaginable sin la victoria del fascismo en 1939". No tener ninguna duda de que el español nunca existió en Cataluña antes de 1939 es el fruto de una ignorancia monumental, de un cinismo rotundo, o de ambas cosas. Sin embargo, 30 años más tarde, esta sigue siendo la verdad oficial.
Tras la introducción, la redacción daba la palabra a los inculpados. Pocos fueron los que contestaron. En tono atemorizado, Carlos Barral aseguraba que él había nacido en una familia bilingüe, pero que tras la muerte de su padre le habían impuesto la lengua materna la cual era "el castellano de la Argentina", pero que de todos modos él se consideraba "irreductiblemente nacionalista". Quienes le conocimos sabemos lo que opinaba Barral sobre el nacionalismo catalán. Más audaz, Gimferrer reivindicaba a los escritores en español siempre que, decía, "hagan suyas las reivindicaciones catalanas" de manera que puedan ser aceptados. Vázquez Montalbán reaccionó dignamente. Allí escribió aquello de que asumía su papel de "judío que vive en Praga y escribe en alemán" y que la encuesta le parecía de orden zoológico más que ideológico. Treinta años después, nada ha cambiado.
Los demás encuestados, todos ellos activistas de la Causa, apoyaban con mayor o menor agresividad la liquidación de los catalanes que escribían en español. Triadú, comisario del ala más totalitaria, afirmaba que quienes escribían en español eran franquistas, pero también lo decía Montserrat Roig cuya inteligencia era algo superior a la de Triadú. "Estos escritores nunca han ayudado voluntariamente a que la literatura catalana se desarrollara y han caído en la trampa política del franquismo", nos sermoneaba Montserrat. El más disparatado era Pedrolo: "Querer pasar por escritor catalán mientras se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos franquistas". ¿Querer pasar? ¿Y quién quería pasar? Treinta años más tarde, todo sigue igual.
Que todo sigue igual quiere decir que continúa habiendo gente que escribe en español aunque viva en Cataluña, pero que solo si muestra su inquebrantable adhesión al Régimen es aceptado por la maquinaria cultural catalana. Semejante rareza (o semejante chavismo) solo tiene importancia para el contribuyente. A los que escribimos en español no nos afecta porque ya estamos habituados a los insultos del poder. A quienes escriben en catalán esta situación les favorece. La doctrina política oficial solo tiene como consecuencia un gasto desorbitado, el parroquianismo cultural y la ausencia de oposición o competencia. El resultado es que no por ello ha aumentado la lectura de literatura catalana y que la cultura oficial es de uso exclusivamente local y clientelar. Los sueños de cosmopolitismo cultural, de la Cataluña internacional, de la Barcelona destacada en el mapa europeo y demás quimeras se han fundido en el aire exactamente igual que los miles de millones de euros que ha costado fundirlas.
Hay algo, sin embargo, sobresaliente. Que la así llamada "izquierda catalana" no haya superado ni un milímetro sus posiciones totalitarias de hace 30 años, que mantenga programas culturales que en Europa ya solo defiende la extrema derecha, ofrece algunas indicaciones de por qué el tripartito ha perdido cientos de miles de votos el mes pasado. Sin embargo, no enmiendan: para esta gerontocracia todo ha de seguir como en Taula de Canvi. En cuanto se supo la magnitud del fracaso salieron en tromba los más derechistas del Partido Socialista Catalán a decir que todo había sucedido por no haber sido lo suficientemente nacionalistas. Estos ideólogos delirantes querrían mantener intactas las estructuras de poder de hace 30 años porque garantizan su dominio sobre los demás y sus privilegios por encima de todo el mundo. El arrogante menosprecio con el que se dirigen a sus (ex) votantes indica que jamás aceptarán la realidad social catalana. Es muy chocante ver a un por así decirlo socialista envuelto en la bandera catalana. Es un oxímoron viviente. O quizás agonizante.
Durante la Transición se publicó en Barcelona y en catalán una influyente revista, Taula de Canvi, donde escribía buena parte del aparato ideológico del comunismo regional. Su promotor y director era Alfons Comín, un cristiano castrista ya fallecido, con mucho predicamento entre las élites barcelonesas. En el número de julio-agosto de 1977 figuraba un consejo de redacción compuesto por 18 miembros. Todos ellos, con alguna excepción, han hecho importantes carreras dentro de la Administración y buena parte de los mismos aún sigue, 30 años más tarde, entre los directivos más influyentes de la vida oficial catalana. Puede decirse sin miedo a error que esa revista fue el núcleo del mando intelectual de la izquierda revolucionaria catalana que tomaría el poder en la casi totalidad de los centros decisorios de la comunidad.
La maquinaria cultural catalana exige una adhesión total a los que escriben en castellano
Los nacionalistas catalanes desean la capacidad de decidir quién es y quién no es catalán
Josep Benet, Jordi Borja, Josep M. Castellet, Josep Fontana, Cirici Pellicer, González Casanova, Melendres, Molas, Ramoneda, Solé Tura, Vázquez Montalbán y otros miembros del consejo de redacción se cuentan entre los principales responsables de que la vida cultural catalana haya sido lo que es. Treinta años más tarde solo habría que añadir los aliados independentistas con quienes compartieron el poder a partir de la presidencia de Maragall. Cuando los futuros historiadores escriban el relato de la deriva catalana hacia la secesión deberán leer esta olvidada revista.
El número mencionado iba dedicado a un asunto: Escribir en castellano en Cataluña, cuestión que puede parecer cultural, pero que no ha sido nunca sino el fundamento mismo de la ideología nacionalista. En su presentación Jordi Carbonell, coordinador del número, decía: "Escribir literariamente en castellano en los Países Catalanes ha sido siempre un acto con claras connotaciones políticas; por lo menos tantas como escribir en catalán". Lo de escribir "literariamente" es sugestivo: el juicio político iba contra los escritores "literarios" porque a los demás no era necesario decirles nada, ya sabían cuál era la orden, aunque no la cumplieran: a pesar de las consignas casi todos los camaradas escribían en español en diarios como La Vanguardia o Tele/Express. Treinta años más tarde sigue sucediendo lo mismo.
Carbonell, medalla de oro de la Generalitat en 2001 y presidente de Esquerra Republicana entre 1996 y 2004, añadía más adelante: "El simple hecho de 'radicar' en Cataluña o en los Países Catalanes sin la voluntad de devenir (esdevenir) catalán no convierte a una persona en 'catalán de radicación". Esta es la ambición suprema de los nacionalistas catalanes: poseer la capacidad decisoria que determina quién es y quién no es cata-
lán, herramienta totalitaria que nunca han soltado. Treinta años más tarde la segregación sigue intacta. El propio Montilla lo dijo en más de una ocasión: no basta con nacer y trabajar en Cataluña, hay que manifestar una voluntad pública de "ser catalán" para que el poder te considere catalán. Los comisarios controlan la exclusión y otorgan la integración según un metafísico "querer ser catalán" definido oportunamente por el mando.
El fondo de esta dictadura nacional se sustenta en el mito del invasor. Decía Carbonell en su artículo: "El castellano es justamente la lengua que el poder opresor ha querido imponer en un intento de genocidio cultural consecuencia de una política imperialista". Treinta años más tarde nada ha cambiado, excepto que ahora el mito se enseña en los manuales del Bachillerato. Aunque nadie dude de que la imposición franquista del español sobre el catalán fuera real, lo del "poder opresor" parece que se refiera al Ministerio de la Gobernación y no a lo que antes se llamaba "la burguesía catalana" (auténticos ejecutores del supuesto genocidio), así como a la llegada de los inmigrantes sureños que cargan con la responsabilidad de ser instrumentos de la opresión. La deshonestidad de culpar a los "extranjeros" no solo es una forma insidiosa de xenofobia, sino una mentira que descalifica a quien la dice.
La anterior deshonestidad se completaba con la siguiente frase de Carbonell: "No cabe duda de que los escritores que, viviendo en nuestro país, se expresan literariamente en castellano constituyen un fenómeno cultural inimaginable sin la victoria del fascismo en 1939". No tener ninguna duda de que el español nunca existió en Cataluña antes de 1939 es el fruto de una ignorancia monumental, de un cinismo rotundo, o de ambas cosas. Sin embargo, 30 años más tarde, esta sigue siendo la verdad oficial.
Tras la introducción, la redacción daba la palabra a los inculpados. Pocos fueron los que contestaron. En tono atemorizado, Carlos Barral aseguraba que él había nacido en una familia bilingüe, pero que tras la muerte de su padre le habían impuesto la lengua materna la cual era "el castellano de la Argentina", pero que de todos modos él se consideraba "irreductiblemente nacionalista". Quienes le conocimos sabemos lo que opinaba Barral sobre el nacionalismo catalán. Más audaz, Gimferrer reivindicaba a los escritores en español siempre que, decía, "hagan suyas las reivindicaciones catalanas" de manera que puedan ser aceptados. Vázquez Montalbán reaccionó dignamente. Allí escribió aquello de que asumía su papel de "judío que vive en Praga y escribe en alemán" y que la encuesta le parecía de orden zoológico más que ideológico. Treinta años después, nada ha cambiado.
Los demás encuestados, todos ellos activistas de la Causa, apoyaban con mayor o menor agresividad la liquidación de los catalanes que escribían en español. Triadú, comisario del ala más totalitaria, afirmaba que quienes escribían en español eran franquistas, pero también lo decía Montserrat Roig cuya inteligencia era algo superior a la de Triadú. "Estos escritores nunca han ayudado voluntariamente a que la literatura catalana se desarrollara y han caído en la trampa política del franquismo", nos sermoneaba Montserrat. El más disparatado era Pedrolo: "Querer pasar por escritor catalán mientras se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos franquistas". ¿Querer pasar? ¿Y quién quería pasar? Treinta años más tarde, todo sigue igual.
Que todo sigue igual quiere decir que continúa habiendo gente que escribe en español aunque viva en Cataluña, pero que solo si muestra su inquebrantable adhesión al Régimen es aceptado por la maquinaria cultural catalana. Semejante rareza (o semejante chavismo) solo tiene importancia para el contribuyente. A los que escribimos en español no nos afecta porque ya estamos habituados a los insultos del poder. A quienes escriben en catalán esta situación les favorece. La doctrina política oficial solo tiene como consecuencia un gasto desorbitado, el parroquianismo cultural y la ausencia de oposición o competencia. El resultado es que no por ello ha aumentado la lectura de literatura catalana y que la cultura oficial es de uso exclusivamente local y clientelar. Los sueños de cosmopolitismo cultural, de la Cataluña internacional, de la Barcelona destacada en el mapa europeo y demás quimeras se han fundido en el aire exactamente igual que los miles de millones de euros que ha costado fundirlas.
Hay algo, sin embargo, sobresaliente. Que la así llamada "izquierda catalana" no haya superado ni un milímetro sus posiciones totalitarias de hace 30 años, que mantenga programas culturales que en Europa ya solo defiende la extrema derecha, ofrece algunas indicaciones de por qué el tripartito ha perdido cientos de miles de votos el mes pasado. Sin embargo, no enmiendan: para esta gerontocracia todo ha de seguir como en Taula de Canvi. En cuanto se supo la magnitud del fracaso salieron en tromba los más derechistas del Partido Socialista Catalán a decir que todo había sucedido por no haber sido lo suficientemente nacionalistas. Estos ideólogos delirantes querrían mantener intactas las estructuras de poder de hace 30 años porque garantizan su dominio sobre los demás y sus privilegios por encima de todo el mundo. El arrogante menosprecio con el que se dirigen a sus (ex) votantes indica que jamás aceptarán la realidad social catalana. Es muy chocante ver a un por así decirlo socialista envuelto en la bandera catalana. Es un oxímoron viviente. O quizás agonizante.
martes, 14 de junio de 2011
De Barcelona a Madrid (con apenas viceversa)
La opinión del actor Josep Maria Pou en El Periódico de Catalunya.
Estoy en Madrid. No de vacaciones sino por obligaciones laborales. El lunes, todavía en Barcelona, me armé de valor y, con el miedo en el cuerpo, me presenté en el aeropuerto. (El estado de alarma me tiene alarmado: vivo sin vivir en mi). Tuve suerte y volé al primer intento. Martes y miércoles, trabajo a destajo. El jueves, cumplida la jornada, me tomo la tarde libre y decido ir al teatro (lo mío es puro vicio). Cojo un periódico al azar, consulto la cartelera y estudio posibilidades.
Puedo ir, entre otros muchos, a tres teatros, el Español, el del Canal y La Latina, que dirigen respectivamente Mario Gas, Albert Boadella y quien esto firma. También puedo ir al Circo Price que dirige Pere Pinyol. O a un concierto de la Orquesta Nacional que dirige Josep Pons. Puedo escoger entre un texto de Josep M. Benet i Jornet u otro de Piti Español. O entre dos funciones que dirige Esteve Ferrer y una tercera que he dirigido yo mismo (disculpen si me repito). Y puedo elegir entre las risas que provoca Tricicle o los sobresaltos de La Fura del Baus.
Más alternativas: en el listado de intérpretes no dudo entre Núria Espert y Josep Maria Flotats; los dos son imprecindibles y de obligado cumplimiento. Estudio acudir a funciones en cuyo reparto figuran Carmen Conesa, Constantino Romero, Ricard Borrás y Marta Calvó, entre otros. Me apetecen por igual el buen hacer -el buen humor- de Juanra Bonet y de Llum Barrera. O, en materia de musicales, los nuevos Miserables, donde Ignasi Vidal se marca un Javert de campeonato, o repetir con Mamma Mia!, donde Nina y Alex Casademunt apuran las últimas representaciones.
Sigo leyendo y compruebo que de haber llegado unos días antes hubiera alcanzado a ver el De Filippo de Oriol Broggi con Marta Domingo y Manel Dueso; pero veo también que si prorrogo mi estancia unos días más puedo acudir a dos estrenos: el del Prometeo de Carme Portaceli, con Carme Elías y Lluïsa Castells, o el del Tranvía de Mario Gas con Vicky Peña, Ariadna Gil y Àlex Casanovas.
Metido en el estudio de la cartelera se me acercan dos señoras muy amables. «Senyor Pou, ens podem fer una foto amb vosté?». De repente, me asalta la duda. Por un momento creo estar en el Paralelo y que lo que tengo entre las manos es un periódico de Barcelona. Compruebo portada, fecha y lugar: no hay duda, estoy en Madrid. Constato que el teatro catalán tiene espíritu viajero, me siento, pido una caña y me encuentro como en casa.
Estoy en Madrid. No de vacaciones sino por obligaciones laborales. El lunes, todavía en Barcelona, me armé de valor y, con el miedo en el cuerpo, me presenté en el aeropuerto. (El estado de alarma me tiene alarmado: vivo sin vivir en mi). Tuve suerte y volé al primer intento. Martes y miércoles, trabajo a destajo. El jueves, cumplida la jornada, me tomo la tarde libre y decido ir al teatro (lo mío es puro vicio). Cojo un periódico al azar, consulto la cartelera y estudio posibilidades.
Puedo ir, entre otros muchos, a tres teatros, el Español, el del Canal y La Latina, que dirigen respectivamente Mario Gas, Albert Boadella y quien esto firma. También puedo ir al Circo Price que dirige Pere Pinyol. O a un concierto de la Orquesta Nacional que dirige Josep Pons. Puedo escoger entre un texto de Josep M. Benet i Jornet u otro de Piti Español. O entre dos funciones que dirige Esteve Ferrer y una tercera que he dirigido yo mismo (disculpen si me repito). Y puedo elegir entre las risas que provoca Tricicle o los sobresaltos de La Fura del Baus.
Más alternativas: en el listado de intérpretes no dudo entre Núria Espert y Josep Maria Flotats; los dos son imprecindibles y de obligado cumplimiento. Estudio acudir a funciones en cuyo reparto figuran Carmen Conesa, Constantino Romero, Ricard Borrás y Marta Calvó, entre otros. Me apetecen por igual el buen hacer -el buen humor- de Juanra Bonet y de Llum Barrera. O, en materia de musicales, los nuevos Miserables, donde Ignasi Vidal se marca un Javert de campeonato, o repetir con Mamma Mia!, donde Nina y Alex Casademunt apuran las últimas representaciones.
Sigo leyendo y compruebo que de haber llegado unos días antes hubiera alcanzado a ver el De Filippo de Oriol Broggi con Marta Domingo y Manel Dueso; pero veo también que si prorrogo mi estancia unos días más puedo acudir a dos estrenos: el del Prometeo de Carme Portaceli, con Carme Elías y Lluïsa Castells, o el del Tranvía de Mario Gas con Vicky Peña, Ariadna Gil y Àlex Casanovas.
Metido en el estudio de la cartelera se me acercan dos señoras muy amables. «Senyor Pou, ens podem fer una foto amb vosté?». De repente, me asalta la duda. Por un momento creo estar en el Paralelo y que lo que tengo entre las manos es un periódico de Barcelona. Compruebo portada, fecha y lugar: no hay duda, estoy en Madrid. Constato que el teatro catalán tiene espíritu viajero, me siento, pido una caña y me encuentro como en casa.
domingo, 12 de junio de 2011
Cuando desaparecen las estrellas.
sábado, 11 de junio de 2011
Samarkanda
Samarkanda en el siglo XV se convirtió en el centro cultural musulmán del Asia Central. En 1.500 fue ocupada por los uzbekos de Bujara y decayó considerablemente. Cuando leo sobre la historia de Samarkanda recuerdo la Barcelona de hace unos años, la Barcelona de antes, la Barcelona cosmopolita, la Barcelona tan rica culturalmente hablando. La Barcelona que ha destruído el nacionalismo excluyente.
domingo, 5 de junio de 2011
Ojos negros
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