viernes, 2 de enero de 2009

Aquellas felices Navidades


J. A. Bayona es el director de "El orfanato". Una película hecha, en gran parte, por catalanes. Aunque como su director hablen castellano. Bayona había destacado hasta ahora por los videos de Camela, prueba de que es un barcelonés de barrio aunque sabedor de que el mundo es muy grande y que está dispuesto a zampárselo a base de buen cine. .Además de dirigir, escribe. Os dejo un breve cuento muy apropiado par estos días : "Aquellas felices navidades".

El otro día me enteré de que mi primo Paquito ahora quiere que le llamen Francesc. Hace más de quince años que no nos vemos. El primo Paquito es hijo de mi tío paco, hermano de mi madre, Piedad. Mi madre tiene dos hermanos más, Cristóbal y Fernando, y dos hermanas, Teresa y Estrella.
Nacieron en Huelma, cerca de Jaén, y vinieron todos muy jóvenes a vivir a Barcelona. se instalaron en una barraca, al lado de una riera, en el barrio de la Verneda, en Barcelona.
Mi madre llegó con ocho años, mi abuelo había llegado antes con los tres hijos mayores. Una vez encontraron trabajo y un lugar donde quedarse, se vino mi abuela con las tres niñas. Venían en lo que se conocía como un tren borreguero. Mi abuela cargaba con una maleta con la ropa de ocho personas. Era una maleta de madera. Mi madre venía sentada entre un par de militares, que vestían dos grandes capotas con las que las resguaradron del frío. A ella le gusta recordar que. tal y como sucede ahora también, la policía reconocía fácilmente a los inmigrantes y los devolvía inmediatamente al lugar de donde habían venido. Por eso llegaron con miedo de que las echaran para atrás al llegar a Barcelona.
Mi abuelo compró la barraca para dos familias del pueblo. la suya con seis hijos, y la de otro matrimonio, con ocho niños más. La barraca no alcanzaba los veinte metros cuadrados. cada matrimonio tenía un trocito de comedor y una habitación donde dormían todos. se guisaba con petróleo. Se hacían las necesidades en un pozo ciego. Por si no estaban ya suficientemente apretados, la chabola servía de cobijo temporal a familiares y amigos mientras buscaban otro lugar donde quedarse.
La barraca tenía goteras. El grabao, un policía que pululaba por la zona, no dejaba taparlas. Si te veía arreglando la chabola, te la tiraba al suelo. No querían inmigración, por eso lo hacían. Mi madre recuerda el miedo que tuvo la primera noche que pasó allí. Hacía muchísimo viento. Acurrucada contra la pared, veía por debajo de la puerta entrar arenilla y escuchaba los tochos zarandearse sobre el techo de cartón cuero.
Allí pasaron más de cinco años. mi madre recuerda con felicidad las navidades que vivieron allí. Para Nochebuena se hacía la pastorada: los propietarios de todas las barracas se vestían de pastores, adornaban las panderetas y cantaban villancicos que ellos mismos se inventaban para pedir el aguinaldo. Para Reyes, mi abuela forraba una caja de zapatos con papel de seda y la llenaba de roscones. Mi madre no tenía juguetes, pero no le importaba. Ella misma se fabricaba sus muñecas con trapos y así de paso, dice ella, aprendió a coser.
Años más tarde, mi madre empezó a salir con mi padre. Él también emigró muy joven de Osuna, Sevilla, y entró a trabajar de aprendiz en el taller donde se pintaban los pósters de películas para las marquesinas de los cines de la cadena Balañá. Salían a pasear. Mi tío Cristóbal les acompañaba con la excusa de vigilar a su hermana, pero lo que a él realmente le interesaba era la Pepa, la hermana de mi padre. Así que empezaron a salir todos juntos. Y se casaron . Todos. Mi padre con mi madre, y el hermano de mi madre con la hermana de mi padre. Eran una gran familia, unida por partida doble.
El sueño de mi abuelo era construir una vivienda para todos los hermanos. La familia entera trabajó para pagarse un terreno en el barrio de la Trinidad Vieja, y ellos mismos construyeron la casa con mtareiales reciclados. El primer suelo lo trajo mi abuelo de un derribo. Cuando a mi tío Cristóbal, que había venido de aprendiz, le echaron del trabajo, le reservaron dos habitaciones para que montara una carpintería. A mi tía Estrella, otros dos cuartitos para que montara una tienda de comestibles. Mi abuelo les prometió una casa individual a cada matrimonio y, con mucho empeño, se consiguió levantar el edificio.
Era en Navidad cuando los hermanos se juntaban con todo el resto de la familia. Llegaban tíos, primos y amigos, todos emigrados del sur, con sus respectivas parejas. Se desmontaba la carpintería, el único sitio donde se cabía, y allí, en menos de veinte metros cuadrados, celebraban todos juntos la Nochebuena. Había mucha alegría por reunirse. La cena la pagaba mi abuela. Se cantaban villancicos. Después se hacía baile. Ya desde pequeños, mi tío Fernando tocaba el clarinete, y mi tío Paco, la batería. Tocaban en los pueblos de Andalucía cuando eran jóvenes y ahora tocaban pasodobles cada Nochebuena en la carpintería.
Cuando llegamos nosotros, monopolizamos el tema de la decoración y la ambientación de la fiesta. Sustituímos la música en vivo por el equipo de música. Eso fue después del año en que adornamos la pared principal de la carpinetería con una frase: NO AL CLARINETE, SÍ AL CASETE.
Todos los primos pedíamos juntos el aguinaldo. Disfrazabamos a los más pequeños. Como yo en carnaval siempre me vestía de monstruo, los niños acababan pidiendo el aguinaldo vestidos con todo tipo de complementos inquietantes, tipo dientes de vampiro, garra de Freddy Krueger, etcétera. Las letras de los villancicos las iventábamos nosotros.
Para mí era una gesta increíble estar toda una noche sin dormir, y cada año intentaba secretamente batir el récord anterior. Estar así, toda una noche sin dormir, me hacía sentirme mayor.
Ahora ya soy mayor. Mi tío Cristóbal se jubiló y cerró la carpintería. Mi abuela ya murió. cada primo se casó y se fue por su lado. Hace ya unos cuantos años que no nos reimos toda la afmilia para celebrar la Nochebuena. mi madre dice que somos demasiados y no cabemos en ningún sitio. Ésa dice que es la razón. Somos diferentes a nuestros padres. A nosotros nos da apuro apretarnos todos en una pequeña habitación. Nunca más volveré a vivir una de esas reuniones navideñas. Sin embargo, siempre recordaré algunos momentos vividos en esa carpintería: unas cintas de Navidad adornando un calendario erótico que mi tío colgaba en la pared; el cambio de temperatura al salir a la calle, mi abuelo, medio ciego y medio sordo, sorbiendo su sopa de galets impasible al jaleo de la fiesta. Son recuerdos de esa época en la que la Navidad no era ni la mitad del evento que es hoy día. Pero era, para mí, algo realmente importante.

No hay comentarios: