viernes, 28 de septiembre de 2012

El castellano en la UOC


La carta de un lector publicada en La Vanguardia.


Hace un tiempo pensé en finalizar mis estudios universitarios y, dado que ya tengo cierta edad y obligaciones familiares, pensé en utilizar los nuevos métodos a distancia. Llamé a la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) para informarme. Una de las primeras preguntas que me hicieron fue si quería estudiar en catalán o en castellano. Dije castellano y me respondieron que cada crédito costaba 80 euros. Me quedé pensativo y pregunté ¿y en catalán?, me dijeron 30 euros. Luego pregunté si hay descuento para familias numerosas. Me dijeron que si es en catalán, del 50%, pero en castellano, no hay. Si hacemos números anuales, el coste del curso es de 4.800 euros en castellano y 900 en catalán. ¿Es esto igualdad de oportunidades? En el 2010 la UOC tenía 40.479 estudiantes inscritos. Si sólo el 50% estudia en catalán, el coste de esta subvención asciende a 61.437.000 euros. En tiempos de crisis, ¿es esto moral?

Alfonso Calzado Desvalls

jueves, 27 de septiembre de 2012

Sobre l´abisme


L´home es una coartada estesa entre la bèstia i el superhome, una corda sobre l´abisme.


FRIEDRICH NIETZSCHE

martes, 25 de septiembre de 2012

martes, 18 de septiembre de 2012

Bilingüismo histórico


El contacto del catalán y el castellano se remonta al siglo XII, cuando se unieron el condado de Barcelona y la monarquía de Aragón al casarse Ramón Berenguer y la hija de Ramiro el Monje. El reino de Aragón resultante empleaba ambas lenguas en los documentos oficiales.


Lenguas en guerra, IRENE LOZANO

viernes, 14 de septiembre de 2012

Federica Montseny


Baste decir que el más poderoso sindicato que ha habido nunca en Barcelona, la CNT, jamás hizo suyas reivindicaciones nacionalistas, ni de tipo lingüístico ni de ningún otro, y su actitud hacía la laegua era de absoluta indiferencia, incluso entre quienes la hablaban, cuando no de hostilidad.
No podía ser de otra forma, dado que las reclamaciones catalanistas de carácter burgués chocaban con su espíritu internacionalista, y porque sus miembros veían la lengua castellana como un vínculo entre los obreros de toda España, sin que eso supusiera un obstáculo al carácter confederal y ampliamente descentralizado del sindicato. La cuestión no era que los obreros fueran de raigambre castellana o desconocieran el catalán. Una de las líderes más populares en esa CNT de los años treinta, Federica Montseny, que dio cientos de mitines en toda España, podía emplear el catalán que se hablaba en su casa cuando se dirigía a un auditorio catalán, pero viajó por Andalucía, Castilla, Galicia, Asturias, Madrid y el País Vasco difundiendo su mensaje revolucionario en español, la misma lengua que empleó en sus numerosos artículos periodísticos y novelas. Es más cuando su amigo austriaco, el sabio amante de las lenguas Max Nettlau, le sugiere que traduzca algunas de sus novelas al catalán o al vasco para usarlas en la propaganda, ella no presta ninguna atención a su comentario.



Lenguas en guerra, IRENE LOZANO

La seña de identidad de los españoles


No es difícil imaginar qué hubiera ocurrido si la Constitución hubiera atribuido al castellano una cuarta parte de los atributos de las lenguas minoritarias, si se hubiera asegurado que es la custodia de las esencias de la nación, la expresión del genio colectivo, la seña de identidad de los españoles o la lengua que cohesiona la nación. Habrían llovido las críticas al españolismo rancio y se habría clamado contra la voluntad de resucitar la lengua imperial entre pitos y cuchufletas. Pero cuando se trata de proclamas de los nacionalismos periféricos, las consignas patrióticas pasan por ser nobles discursos de defensa de las minorías y preservación del patrimonio cultural.


Lenguas en guerra, IRENE LOZANO.

jueves, 13 de septiembre de 2012

¿Meritocracia?


En uno de sus últimos artículos, Juan Ramón Lodares recordaba que en cierta ocasión Jordi Pujol expusó como un éxito de su política lingüística el caso de una mujer que, tras obtener el número uno de su promoción en la Escuela de Judicatura de Barcelona, no podría ejercer en Cataluña por su insuficiente dominio del catalán. El Tribunal Supremo ha avalado como mérito preferente el conocimiento del idioma particular, así que, en aquel caso, otros menos capacitados jurídicamente se vieron favorecidos en su carrera profesional. Pero al margen del prejuicio individual a la muchacha, creo que también es importante para una sociedad preguntarse si no será negativo a largo plazo privarse de tener a los mejores -jueces, arquitectos o veterinarios- a cambio de tener a los más catalanizados. Las sociedades más democráticas y más avanzadas suelen gozar de un alto grado de meritocracia.


Lenguas en guerra, IRENE LOZANO